Por el
lado de la ficción, tenía en mi cabeza la intriga policiaca de los Voladores de
Papantla asesinados en varios lugares del país llamado México. Tenía, también,
a los personajes detectives encargados del caso: Indra e Ixtab, quienes
regresaban a trabajar a la Fiscalía General de Justicia tras seis meses
suspendidxs como castigo. Desde que tenían memoria trabajaban juntes. Era
verdad: a menudo se metían en problemas. Pero eso no agüitaba el hecho de ser la
mejor pareja investigadora de toda la Fiscalía.
Cuando abrieron
la carpeta de los voladores muertos, Indra e Ixtab hallaron elementos de origen
extraterrestre, así como indicios que trazaban nexos con personajes importantes
de la Secretaría de Economía y Turismo del gobierno federal. Sabían que, al
investigar dichos nexos, se meterían en problemas otra vez. De alguna manera,
eso los ponía calientes, aunque nunca llegaban a tocarse entre sí.
Además
del trabajo detectivesco realizado en común, la indescifrable relación
interpersonal de Ixtab e Indra se mantenía viva gracias al único ritual de
intimidad extra laboral realizado en pareja: de regreso a sus respectivas
casas, a bordo del metro, se contaban sus sueños de la noche anterior y luego
se despedían mirándose a los ojos.
Siempre
soñaban que se conocían por primera vez, siempre en un lugar distinto de la
ciudad desde donde se alcanzaba a ver la Torre Latinoamericana. De forma
oscura, sabían que, si algún día llegaban a soñar con Voladores de Papantla
colgados de la punta de la Torre (un sueño realmente difícil de lograr), al
despertar tendrían que ir corriendo al lugar del sueño y, ahí, conocerse realmente
por primera vez, quizá besarse, abrazarse, matarse, confundirse. Solo entonces
podrían resolver el enigma alienígena de los voladores muertos.
Eso pasa
al final de la novela.
En sus
camas, Indra e Ixtab se despiertan al mismo tiempo. El despertador ha sonado,
como siempre, a las 5 de la mañana. Recuerdan el sueño. No hay duda, el día ha
llegado. Se visten rápidamente, abandonan sus departamentos. Corren por las
calles de la ciudad. Aún no amanece. Élla viene del Norte y él del Sur. Ella
llega primero. Sube las escaleras de un edificio abandonado en calle República
del Perú, Centro Histórico, cerca de la Arena Coliseo de lucha libre. No hay
luz eléctrica. Llega a la azotea. El cielo clarea. La Torre Latinoamericana se
ve muy cerca. Indra aparece minutos después, con el sol a sus espaldas. Entonces
sí se conocen por primera vez. Se besan, se persiguen, se abofetean, se
susurran cosas al oído. A lo largo de toda la mañana, Ixtab e Indra experimentan
sus respectivas anagnórisis, se convierten en pájaros y, más o menos a las dos
de la tarde, se van lejos para siempre jamás. Mientras tanto, sobre la Ciudad
de México surcan el smog ovnis tirando papeles: “Nosotros matamos a los
voladores”. Desprevenida, la gente come tacos y, ajeno a lo que acontece, el
suadero bulle en las choriceras. De pronto, tiembla y la Gran Serpiente de las
Aguas Negras despierta de su letargo. Kaiju colérico, emerge de las
cloacas para luchar contra los invasores extraterrestres. Fin.
Por otro
lado, tenía el ensayo free style...
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