martes, 1 de febrero de 2022

Ciudad de México, comienzos del año 2022

 

Por el lado de la ficción, tenía en mi cabeza la intriga policiaca de los Voladores de Papantla asesinados en varios lugares del país llamado México. Tenía, también, a los personajes detectives encargados del caso: Indra e Ixtab, quienes regresaban a trabajar a la Fiscalía General de Justicia tras seis meses suspendidxs como castigo. Desde que tenían memoria trabajaban juntes. Era verdad: a menudo se metían en problemas. Pero eso no agüitaba el hecho de ser la mejor pareja investigadora de toda la Fiscalía.

Cuando abrieron la carpeta de los voladores muertos, Indra e Ixtab hallaron elementos de origen extraterrestre, así como indicios que trazaban nexos con personajes importantes de la Secretaría de Economía y Turismo del gobierno federal. Sabían que, al investigar dichos nexos, se meterían en problemas otra vez. De alguna manera, eso los ponía calientes, aunque nunca llegaban a tocarse entre sí.

Además del trabajo detectivesco realizado en común, la indescifrable relación interpersonal de Ixtab e Indra se mantenía viva gracias al único ritual de intimidad extra laboral realizado en pareja: de regreso a sus respectivas casas, a bordo del metro, se contaban sus sueños de la noche anterior y luego se despedían mirándose a los ojos.

Siempre soñaban que se conocían por primera vez, siempre en un lugar distinto de la ciudad desde donde se alcanzaba a ver la Torre Latinoamericana. De forma oscura, sabían que, si algún día llegaban a soñar con Voladores de Papantla colgados de la punta de la Torre (un sueño realmente difícil de lograr), al despertar tendrían que ir corriendo al lugar del sueño y, ahí, conocerse realmente por primera vez, quizá besarse, abrazarse, matarse, confundirse. Solo entonces podrían resolver el enigma alienígena de los voladores muertos.

Eso pasa al final de la novela.

En sus camas, Indra e Ixtab se despiertan al mismo tiempo. El despertador ha sonado, como siempre, a las 5 de la mañana. Recuerdan el sueño. No hay duda, el día ha llegado. Se visten rápidamente, abandonan sus departamentos. Corren por las calles de la ciudad. Aún no amanece. Élla viene del Norte y él del Sur. Ella llega primero. Sube las escaleras de un edificio abandonado en calle República del Perú, Centro Histórico, cerca de la Arena Coliseo de lucha libre. No hay luz eléctrica. Llega a la azotea. El cielo clarea. La Torre Latinoamericana se ve muy cerca. Indra aparece minutos después, con el sol a sus espaldas. Entonces sí se conocen por primera vez. Se besan, se persiguen, se abofetean, se susurran cosas al oído. A lo largo de toda la mañana, Ixtab e Indra experimentan sus respectivas anagnórisis, se convierten en pájaros y, más o menos a las dos de la tarde, se van lejos para siempre jamás. Mientras tanto, sobre la Ciudad de México surcan el smog ovnis tirando papeles: “Nosotros matamos a los voladores”. Desprevenida, la gente come tacos y, ajeno a lo que acontece, el suadero bulle en las choriceras. De pronto, tiembla y la Gran Serpiente de las Aguas Negras despierta de su letargo. Kaiju colérico, emerge de las cloacas para luchar contra los invasores extraterrestres. Fin.

Por otro lado, tenía el ensayo free style...

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