viernes, 13 de noviembre de 2020

historia del Anarquismo en México (pedacera de las voladoras de papantla III)

 


Plotino Rhodakanaty fue el primer abogado de la teoría anarquista en México.

Nació en Atenas el 14 de octubre de 1828.

Su padre fue un mártir en la guerra de independencia contra los turcos y murió cuando Plotino era pequeño.

Su madre lo llevó a Viena con la intención de que estudiara medicina.

Pero Plotino se convirtió en un grillo defensor de la independencia de Hungría y viajó a Budapest para participar en el levantamiento abortado de 1848.

Ese mismo año se mudó con su familia a Berlín, donde adquirió interés por la filosofía política; primero admiró a Hegel y después a Fourier y Proudhon.

En 1850, inspirado por el libro ¿Qué es la propiedad?, viajó a París con la intención de conocer al teórico anarquista que lo había escrito.

A su regreso, el joven Rhodakanaty abandonó la medicina vienesa y se mudó a París para estudiar filosofía política.

En la capital del siglo XIX, se dejó crecer la barba y encontró tiempo para estudiar idiomas, siete en total.

También escribió su primer ensayo filosófico: De la naturaleza.

Un día, entre sus jóvenes amigos socialistas, conoció a un mexicano que le habló de las declaraciones del presidente Ignacio Comonfort sobre la reforma agraria y su invitación a los extranjeros para que fueran a México a establecer colonias agrarias. Las noticias lo entusiasmaron y decidió viajar a ese lejano país para promover que las nuevas comunidades agrícolas se organizaran en comunas basadas en conceptos socialistas utópicos. A punto estaba de zarpar cuando recibió noticias de la caída del gobierno de Comonfort y del inicio de la guerra de Reforma, por lo cual decidió aplazar el viaje transoceánico. Mientras tanto se trasladó a España para perfeccionar el idioma castellano. Estuvo en Barcelona. Ahí, a principios de 1861, supo del triunfo de Benito Juárez. Se embarcó hacia México. Arribó a Veracruz y se enteró que las colonias agrarias planeadas por Comonfort se habían diluido y olvidado en el caos de la guerra y las enfermedades tropicales.

Sin arredrarse, comprobó que los campesinos mexicanos, en sus pueblos tradicionales, vivían según las ideas básicas de Fourier y Proudhon, pero que estaban siendo oprimidos por el despojo de los hacendados y la insensibilidad de un gobierno indiferente.

Se decidió entonces a organizarlos y a construir por su propia iniciativa un sistema socialista de colonias agrarias.

lunes, 9 de noviembre de 2020

La pedacera de las voladoras II

El sábado 17 de mayo de 2019, a las 13 horas, colgados de las cuerdas del palo volador ubicado frente al Museo Nacional de Antropología e Historia de Chapultepec, cuatro danzantes fallecieron durante la ceremonia. Al llegar al suelo, tras los giros aéreos, sus cuerpos se hallaban sin vida. Todos ellos tenían clavados en los brazos, piernas y abdomen, varios dardos que, según dictámenes de la policía forense, fueron disparados con cerbatanas desde los árboles cercanos. Sin embargo, los resultados de las biopsias indicaron que los proyectiles no portaban ningún tipo de veneno, que las incisiones eran poco profundas y que no habían impactado en zonas mortales del cuerpo. Al final, tras revisar los análisis de química sanguínea, se dictaminó que la causa del deceso, en los cuatro occisos, había sido la intoxicación por la mala calidad del aire debida a los incendios forestales en los alrededores. Lo cual quiere decir que no hubo victimarios y que, al menos en ese caso, las ya por entonces legendarias Asesinas de los Voladores de Papantla no tuvieron vela en el entierro. Después de todo, ¿quién demonios iba a creer el cuento de unas sicarias inspectoras de sueños? Entonces, ¿por qué este libro se titula de esa manera? ¿Acaso no me doy cuenta de que postular mujeres culpables/asesinas/vengadoras/criminales resulta, a comienzos de la segunda década del siglo XXI en México, algo problemático? Gente bienintencionada ha tratado de disuadirme del título de mi obra. No saben que he visto y oído cosas; que he tenido sueños reveladores y he descifrado códigos en las nubes y en los cauces de las aguas negras, en los ruidos nocturnos de las cañerías. A todos les advierto que la realidad es más compleja de lo que parece, y que, de encontrarme en la encrucijada, para mí sería un dilema elegir entre dedicarme a matar voladores o morir como uno de ellos.  



jueves, 10 de septiembre de 2020

Momento pacheco

 

Dudo seriamente que alguien no entienda eso del “momento pacheco”. Sin embargo, siempre habrá quienes, por parecer interesantes, o dirán que su dialecto no registra esa voz, o afirmarán no haber probado jamás el AZÚCAR o, lo que es peor, pensando que tal cosa es voto ético de consumo responsable, vivirán privados en verdad de lo dulce y desconocerán sus mieles.

Como cortesía a todos ellos −con la intención de dar coba a sus personas−, explicaré lo que es un momento pacheco, actividad también conocida como darse las tres, quemarle las patas al diablo, tronárselas, comer pastelillos mágicos, echarse un gallo, sacar el porrito, empinarse el gotero… Quienes sepan a lo que me refiero, pasen al siguiente texto y cedan su sitio en el lomo de este Clavileño.

            El momento pacheco se prepara cuando uno se encuentra en casa, abrumado por las tareas, el brillo embrutecedor de la pantalla, las pústulas de la precarización laboral, los trastes sucios, el piso lleno de pelos, la cama destendida, el hurto de luz solar por las sombras proyectadas de edificios vecinos, la mengua generalizada del espíritu. El desespero y embotamiento mental hacen pasto de nuestras cabezas. Entonces surge la decisión salvadora −al principio tenue y vacilante cual flama de encendedor− de subir a la azotea, lugar que más que sitio real, es estado del alma, renovador cambio de perspectiva.

            Una vez arriba, el momento pacheco comienza y rápidamente uno ingresa al airado mundo de los pájaros. El cielo, estampado de nubes pero libre de muros, es surcado por cientos de ellos. Su vuelo genera sonidos que obligan a girar la cabeza, intentar seguirlos con la mirada. Algunos se detienen en antenas de televisión, tinacos, mallas ciclónicas, árboles. Dos colibríes extravagantes prefieren siempre la maraña de alambre en espiral y filos cortantes con que los vecinos protegen el arca inimaginablemente rica de su hogar. La mayoría de las aves, sin embargo, vuelan hacia rumbos remotos, vericuetos del espacio en los que muy difícilmente estaremos.

“Esquilas emplumadas”, según Góngora, cantan y su canto es fiesta patronal del aire. Estar en la azotea durante un momento pacheco es olvidar el abajo del encierro y sumarse a los pájaros en su aleteada celebración canora. Es, como ellos, ofrecer el rostro a chiflones frescos o cálidos, quizá transoceánicos. Y es, sobre todo, esperar la buena suerte de que alguno, oriundo de sitio desconocido y con destino a quién sabe dónde, cague encima de nuestro cuerpo porque en su excremento se encuentra siempre el hallazgo de aquello desconocido que deseamos decir.

Lo desconocido que se desea decir no es otra cosa que la semilla de una trama. Una semilla que ha volado desde campos lejanos en el sistema digestivo de alguna ave. Endozoocoria¸ dicen los biólogos. Endozoocoria de ideas o historias extravagantes.

Recibir la semilla de una trama excretada a muchos kilómetros de su origen vegetal es un hecho azaroso, aunque también propiciado por el momento pacheco. Pocos son los dispuestos a cachar y cribar las cacas. Se trata, en realidad, de una disposición heurística, una disciplina. Es necesario convertirse en coleccionista: limpiar la semilla, catalogarla, germinarla en conversaciones, escritos. Ser fiel a su rareza, hallar verdades retorcidas en ella, defender su absurdo, su delirio, su extranjería, su carácter fumado.

Se pueden escribir libros enteros con este método. Basta identificar el agotamiento del flujo manantío de la escritura y entonces subir de nuevo a la azotea, esta vez con la primera semilla en el bolsillo de las asociaciones mentales y un cuaderno para hacer anotaciones. Las nuevas simientes recolectadas servirán para hacer injertos, mutaciones, sarmientos, mandrágoras, jengibres y zarcillos como redes alrededor de la semilla original. Una escritura colaborativa con aves y plantas.

Aún recuerdo el momento pacheco cuando cayó del cielo la semilla de “Las asesinas de los voladores de Papantla”. Sé que relatarlo con formato de nota al pie sería un abuso y por ello he dedicado un capítulo especial para hacerlo. Si tú, lector, mantienes el buen ánimo y la ausencia de grandes propósitos, llegarás pronto a esas líneas 😊

 

 

Sugestiva frontera estigia

 

Diariamente trasponemos fronteras inadvertidas, espaciales o temporales. Algunas inocuas, otras peligrosas, breves o sin retorno.  Millones de ellas surcan los libros como el chingo de barrancas en los cerros. Por mencionar unas pocas (las más obvias), evoco: regiones diurnas y nocturnas, estaciones del año y del metro, cruces de caminos, puertas, vados, capítulos, menhires, puentes.

Mudanza de estado, cambio de ritmo, talante, humor, vestido, tono, paisaje, país.

Y qué decir del elenco esencial pero variable de los perros psicopompos, los guardagujas, los aduaneros, los arrieros, las esfinges, los conejos, los amores, las monedas que ruedan, los vendedores de droga, los virgilios, las cantantes, los taxistas, los chamanes y todos esos personajes entrañables del contrabando: uno mismo ha sido, sin darse cuenta, parte del gremio que le reza al San Cristóbal de las metamorfosis.

¿Quién que es no ha obedecido al llamado misterioso del callejón? Celebración del pasaje, del color de una pastilla, del hipervínculo, del recodo de una calle, del parpadeo. ¡La dulce tentación de cruzar hacia una nota al pie y jamás regresar al cuerpo del texto!


lunes, 7 de septiembre de 2020

Fiestas de disfraces

 

Mi madre amaba las fiestas de disfraces. Cada aniversario suyo el tema variaba: década de los setenta, de los veinte, de buchones, del cine de oro mexicano… Ella organizaba, invitaba por teléfono a la familia, preparaba la comida, arreglaba el pequeño departamento del Multifamiliar Tlalpan donde vivíamos. Obviamente mi hermano y yo hacíamos todo con ella, pero durante mucho tiempo fuimos unos jóvenes puñeteros sin dinero ni voluntad de ahorro, así que la fecha solía sorprendernos con poca solvencia y por ende las fiestas resultaban modestísimas. Tampoco nos tomábamos demasiado en serio la elaboración de los disfraces: un par de días antes pepenábamos cualquier cosa y nos la poníamos encima. Su último cumpleaños, en 2018, fue de gitanos: el más bonito. Ese día ella lució espectacular. Se adornó profusamente, pero la realidad era que no le hacía falta: desde que tengo memoria mi madre parecía una gitana de cuento, aire que mi hermano heredó. Yo y el resto de la familia hicimos lo que pudimos con nuestros aspectos. Al final nos divertimos con plenitud. Sin embargo, un año después, ya huérfano y con los incendios sitiando la ciudad, me atormenté pensando que en esa ocasión yo había tenido clara conciencia de que ese aniversario era el último que mi madre viviría y de cualquier forma no me moví lo suficiente para organizar una gran fiesta como ella se merecía, La Fiesta De Gitanos Más Grande Del Siglo, con la cumpleañera riendo cantadora, barroca de abalorios, rodeada de funámbulos y cartomantes que la chulearan, total, conozco a mucha gente que aun sin disfraz hubiera conformado un elenco inolvidable…

lunes, 15 de junio de 2020

Filosofía de la historia


Porque las reflexiones filosóficas nacen siempre a partir de experiencias íntimas, hitos biográficos o accidentes cotidianos que modifican la intensidad de los afectos y reacomodan la perspectiva de la mirada, hay que pensar los tránsitos de época con ejemplos personales. ¿Cómo se percibe la vida en el momento inmediatamente anterior o posterior a una fuga, una mudanza, la noticia de una enfermedad, un cambio de trabajo, un exilio, la primera vez que uno pisa la universidad, el inicio de una relación amorosa o la muerte de alguien muy cercano?

sábado, 13 de junio de 2020

La pedacera de las voladoras

publicó  llegó a esas reflexiones a través de la serendipia. cuenta que el autor del Libro de los pasajes RicarEl cual, según eltexto muy breve y sabroso, Ricardo Ibarlucia traza la genealogía de esa frase. que tengo algo inteligente que decir traigo a cuenta el convoluto para hablar dees eso lo que más me llama la atención.  Compuesta por 86 piezas, fragmentos y citas bibliográficas, esa parte consigna información como la siguiente, tomada del libro Histoire des classes ouvrières et de l’industrie en France de 1789 à 1870 de Émile Levasseur: “En París en 1848 entraron 5,763 toneladas de hierro; en 1854, 11,771; en 1862, 41,666; en 1867, 61,572”.

Los 85 fragmentos restantes explican aspectos específicos de los cambios sociales, estéticos, laborales, urbanísticos, psicológicos, arquitectónicos, literarios, históricos y económicos que trajo consigo la insólita y descomunal incorporación del acero a la vida cotidiana de la capital francesa. 

Como Fernand Braudel, Walter Benjamin descubrió que los cambios históricos pueden rastrearse en los cambiantes usos dados a los materiales, los objetos, las técnicas. De hecho −y al revés−, la obra de Braudel es una suerte de continuación del trabajo de Benjamin, pero encargada del periodo inmediatamente anterior al estudiado por Walter.

inicia con un epígrafe, prese tuvo como primer destino las ciudades y los centros industriales de la Europa decimonónica. , el cual era extraído a través de la destrucción del bosque sagrado y a la

En “El Saturno devorador” Walter Benjamin ensambló un discurso ensayístico convencional con su amada colección de piezas sueltas o citas bibliográficas y hemerográficas referentes a la historia de la construcción en hierro. Era de esperarse que ese texto terminara con una cita acerca del ensamblaje de la “incomparable torre Eiffel”, del montaje de “cada una de sus 12,000 mil piezas metálicas diseñadas al milímetro, cada uno de los dos millones y medio de remaches”.

Todo esto me hace recordar otra construcción de acero

 

De este modo calla aquí la fuerza creadora plástica a favor de una inmensa tensión de energía mental… Cada una de las 12,000 mil piezas metálicas está diseñada al milímetro, cada uno de los dos millones y medio de remaches… En esta fábrica no resonaba golpe alguno del cincel que arranca la forma a la piedra; incluso ahí dominaba el pensamiento sobre la fuerza muscular, trasladándola a seguros andamios y grúas”.

  

           

XXIV

 

XXV

-Mamá, esos crímenes de los programas no me gustan. Nomás te lavan la cabeza y te meten miedo de las demás personas. [AQUÍ, APROPÓSITO DE LA ANÉCDOTA DE LOS CRÍMENES Y EL CANAL DE TELEVISIÓN QUE LOS TRANSMITE, HABLARÉ DE LAS NOCIONES EXPUESTAS EN EL LIBRO CRIMINOLOGIA VERDE EN MÉXICO, ESPECIALMENTE DE LA TERMINOLOGÍA “CRIMEN AMBIENTAL” Y DE DOS DE LOS CASOS REFERIDOS EN EL LIBRO: LA TALA DE BOSQUES EN MICHOACÁN (EL ART. DE SOFIA VALERIA CORTÉS CALDERÓN) Y EL PROGRAMA NACIONAL DE DESMONTES (TEXTO DE LUCILA CORRAL FLORES)]

XXVI

El fantasma de la diabetes en mi familia me ha hecho subrayar la siguiente afirmación hallada en un libro de Donna Haraway: “Sin lugar a dudas es necesario hablar de las redes que conectan azúcar, metales preciosos, genocidios indígenas y esclavitud, con sus innovaciones laborales y sus desplazamientos y recomposiciones de bichos y cosas barriendo a trabajadores humanos y no humanos de todos tipos”.  [AQUÍ HABLARÉ, CON BASE EN LOS LIBROS AZÚCAR Y PODER. EL LUGAR DEL AZÚCAR EN LA HISTORIA MODERNA, DE SIDNEY W. MINTZ, LA HACIENDA AZUCARERA DE LOS MARQUESES DEL VALLE, DE WARD BARRET Y EL TOMO II DE HISTORIA DEL AZÚCAR EN MÉXICO, ACERCA DEL PAPEL QUE HA JUGADO EN MÉXICO ESA INDUSTRIA Y SU RELACIÓN CON LA DEFORESTACIÓN DE ZONAS ESPECÍFICAS, SOBRE TODO DEL ESTADO DE MORELOS Y CÓMO LOS INGENIOS HAN SIDO MONOPOLIZADOS POR OLIGARQUÍAS ESPECÍFICAS: CONTAR EL CASO DE LA FAMILIA ESCANDÓN, QUE ERA CASI DUEÑA DE TODO ESE ESTADO Y QUE, CURIOSAMENTE, AL MISMO TIEMPO, ERA DUEÑA DE LA HACIENDA DE LA NARVARTE ANTES DE QUE ESTA FUERA VENDIDA Y FRACCIONADA PARA CREAR LA ACTUAL COLONIA NARVARTE, LUGAR DEL QUE YA HE HABLADO…]  

 

XXVII

LOS COLONOS ITALIANOS APOYADOS POR ESCANDON QUE LLEGARON A PAPANTLA: LA LOCURA QUE FUE PARA ELLOS VER A LOS VOLADORES…

 

XVXVXV

            Considero a la aventura astronáutica culpable de teleología y prometeísmo (dos conceptos que durante siglos han arruinado los bulliciosos banquetes del presente en aras de algo que nunca nadie podrá vivir), además de cómplice y rehén de intereses siniestros como las guerras geopolíticas o las competencias entre empresas que ofrecen tours aeroespaciales a los millonarios capaces de pagarlos. Creer que la conquista de las estrellas encarna la meta última del desarrollo humano es un despropósito, fantasía alienante que, representada en la cultura popular de forma cada vez más estridente y fitness, evidencia un mal llevado miedo a la muerte y su peor consecuencia: la imposibilidad de asumir el aquí y el ahora, la negativa a entender la vida como una fugaz presencia en la Tierra, único planeta que en verdad habitamos y que, paradójicamente, está a punto de chamuscarse por el queroseno (kerolox o R-P1) usado en la propulsión de los cohetes.

            

  

jueves, 23 de enero de 2020

Génesis 1:9

 Los siglos en la Cuenca de México se podrían medir con una clepsidra. El Sistema Lerma trasvasa agua desde el Estado de México, en el municipio de Almoloya del Río, entre los pueblos de San Mateo Texcalyácac, Almoloya del Río y Santa Cruz Atizapán, específicamente de la laguna de Chignahuapan, fuente del río Lerma. Ya desde el porfiriato, argumentando que el espacio lacustre era infructuoso e insalubre, algunos hacendados habían intentado quedarse con los terrenos de la laguna para drenarla e implementar proyectos de agricultura y ganadería intensivas, exactamente como hicieron los hermanos Noriega en el lago de Chalco. Sin embargo, matlazincas y mestizos habitantes de los pueblos ribereños defendieron la laguna, pues su estilo de vida, estructura política, religiosidad y cultura giraban, desde tiempos remotos, en torno a ese espacio lacustre gracias a actividades como la pesca, la caza de aves, el cultivo de tule, la siembra de maíz, verduras y pasturas para el ganado. Tras llevar a cabo dilatados litigios, los indígenas de la zona consiguieron la victoria porque la estructura legal de la tenencia del agua se ejercía desde los municipios, donde ellos tenían injerencia inmediata, de manera que los hacendados capitalistas, pese a tener la venia del mismísimo Porfirio Díaz, no pudieron enajenar los recursos.

            El tema del marco jurídico para el uso del agua fue particularmente importante para Porfirio Díaz. El dictador sabía que, para implementar sus medidas modernizadoras basadas en iniciativas capitalistas, necesitaba ejercer el poder centralizado de los recursos hidráulicos y así poder otorgarlos, sin los obstáculos presentados por los municipios, a los empresarios. Por ello impulsó diversas reformas encaminadas a ese fin. Años después, tras la Revolución mexicana, las leyes de 1917 y 1929, al reformar el artículo 27 de la Constitución, ratificaron y consumaron la centralización del agua, aunque con intenciones absolutamente distintas, encaminadas ahora a la repartición pública y al bien común. Desde ese momento, ni pequeños propietarios ni ayuntamientos podrían administrar ni arrendar los recursos hídricos. El Estado mexicano, como un benévolo y por necesidad autoritario padre de familia, decidiría qué hacer con el agua, cómo repartirla, represarla, trasvasarla. Lo mismo sucedió con la tierra. La reforma agraria otorgó terrenos a los campesinos desposeídos mediante restituciones comunitarias y dotaciones ejidales. Lo interesante es que la dotación de tierras y de agua se mantuvieron separadas, como en el Génesis 1:9. Podía pasar que los campesinos tuvieran terrenos atravesados por ríos o anegados por lagunas, de los cuales no podían aprovechar el líquido, por ser éste considerado bien de la nación. Tal cosa les sucedió a los pueblos ribereños de Chignahuapan en la década de 1940.

[...]

El más dormilón de nuestros barqueros


La escritura de un libro exige de atención sostenida. Investigar la mayor cantidad de material posible acerca del tema que uno está tratando. Sin embargo, también, para no enloquecer, exige descansos, la visitación de cosas diversas, libros ajenos al proyecto, obras que ventilen el recalentado cerebro.
Bajo esa premisa, hace unos días comencé a leer Conquista de lo inútil, el diario que, en su mayor parte, Werner Herzog escribió en el Amazonas, durante la rocambolesca, alucinante y titánica filmación de su película Fitzcarraldo. Ahí, mientras luchaba contra las inclemencias de la selva, Herzog consignó estar leyendo, entre otras cosas, Historia de la ciudad de Roma en la Edad Media, de Ferdinand Gregorovius, quizá con la intención de distraerse de los problemas cotidianos que la realización de su película le acarreaba y evitar el colapso de sus nervios.
De igual manera, la lectura de Conquista de lo inútil me ha ayudado a sobrellevar mis problemas de escritura. Cada vez que tengo algún impedimento literario, abro el diario del cineasta y me tranquilizo recordando que mi tarea es sencilla, que el cumplimiento de mi proyecto no incluye trasladar un barco a través de un cerro amazónico, ni soportar las locuras de Klaus Kinski, ni apaciguar los ánimos de tribus selváticas, ni vigilar que en mi cama no se meta una serpiente venenosa.
Mis obstáculos no son de esa magnitud. Pero son.
Hoy en la mañana, por ejemplo, tuve una crisis de emocional. ¿Cómo demonios puedo redactar un libro sobre la historia del desagüe del Valle de México cuando mi madre acaba de morir? ¿Cómo tejer argumentos que no tengan que ver con ella cuando la extraño tanto, cuando me hace tanta falta, cuando a cada momento recuerdo su rostro y la imagen de sus dolorosos últimos días me sepulta como un aluvión de tristeza, cuando su postrero gesto de dolor y despedida, como un fotograma colado en el celuloide del presente, se proyecta en mi memoria sin avisar y yo sólo puedo decir, con voz baja y entrecortada, mamá, mamá, mamá?
Después de llorar unos minutos, imposibilitado para seguir escribiendo, decidí refugiarme en la prosa de Herzog. Así llegué a la entrada correspondiente al día 12 de abril de 1981, donde el autor escribió lo siguiente:

El más dormilón de nuestros barqueros, ese que al atracar siempre colisiona con alguna cosa y que malinterpreta las instrucciones, no hace más que leer y releer, con el rostro abrumado y cada vez que tiene oportunidad, la misma carta ya casi desecha que esconde bajo la camiseta impregnada de un sudor ácido y rancio. Hoy, mientras leía, ha encallado por error contra un banco de arena, pero le he hecho saber que gracias a la carta cuenta con mi amistad y mi simpatía.

Se trata de una de las características demostraciones de empatía y fraternidad del autor, pero sobre todo, de una declaración de principios acerca de la supremacía de los sentimientos sobre la productividad, lo cual, en su caso, resulta especialmente importante. Por un lado está el hecho de que el cineasta se haya embarcado en una empresa tan grande y, desde ciertos puntos de vista, tan insensata, tiránica y megalómana como lo fue la producción de Fitzcarraldo, en la cual mucha gente salió herida, se gastaron miles de dólares, se taló un cerro y, entre otras cosas, se movilizaron varias tribus amazónicas. Por otro lado, como cimiento de lo anterior, están las impalpables motivaciones humanas, los anhelos, lo íntimo, lo inútil.
Cómo una persona puede impulsar un cúmulo de fuerzas que lo sobrepasan para ver cumplido un ensueño que se gestó en las profundidades de su imaginación, ya sea escuchar ópera en el Amazonas o cargar un barco a través de una montaña. Fitzcarraldo y Conquista de lo inútil hablan de eso. Ambas obras son los registros –una ficción fílmica y un diario de un proyecto artístico– de la puesta en marcha de un sentimiento poético, de la materialización de un deseo personal que Herzog atesoraba, por decirlo de alguna manera, en una cartita doblada muy cerca de su corazón.  
            Por ese motivo...