Mac
y su contratiempo
Enrique Vila-Matas
Seix Barral, 2017
303 pp.
Intento recordar de qué trata Si una noche de invierno un viajero, de
Italo Calvino. Digo “intento” porque de no estar refugiado en la enloquecida
casa familiar, escribiendo sobre un burro de planchar que me sirve de
escritorio, iría a mi librero y lo consultaría. Pero no puedo porque mi
departamento está en riesgo de colapso tras el terremoto. Así que permanezco
aquí, desdoblando recuerdos y pensando que, ahora más que nunca, leer y escribir
equivale a planchar las arrugadas prendas del ropero de la mente.
Intento,
pues, recordarlo, porque me pareció que su mecanismo es similar al nuevo libro
de Enrique Vila-Matas, cuya anécdota es la siguiente. La historia en primera
persona de Mac Vives, un sujeto que, a los sesenta años, queda desempleado y con
el tiempo suficiente para vagar por su barrio y ensayar su escritura. Como él
mismo se considera un principiante, se ocupa en redactar un diario íntimo donde
consigna sus intentos y su búsqueda de procedimientos adecuados para escribir. Hasta
que un día, después de encontrarse con Ánder Sánchez, su famoso vecino escritor,
cree encontrar el método correcto en la reelaboración de una novela que el
vecino publicó hace treinta años y de la que ahora se avergüenza. Dicha novela
narraba, a través de diez cuentos inspirados en diez autores distintos (entre
los que se encuentran Borges, Djuna Barnes, Hemingway y Bernard Malamud), la
delirante vida de un ventrílocuo llamado Walter cuyo mayor problema era el
hecho de que su voz propia le impedía realizar las voces de sus muñecos. Esa
historia dentro de la historia (que por momentos se vuelve principal) sirve
para que Mac ponga en marcha sus tentativas de narrador y, de paso, mientras cuenta
su vida y sus encuentros con personajes de todo tipo, reflexione sobre diversos
problemas de índole literaria.
A
partir de esa anécdota, la trama evoluciona, va y viene en movimientos donde la
literatura parece devorar a la vida y viceversa, a través de una prosa ligera y
verdaderamente divertida que se permite periodos de complejidad y hondura
filosófica. La estructura de la novela, como todas las de Vila-Matas
(recuérdese El mal de Montano¸ que comienza en clave de diario, se
transforma en novela y termina siendo una conferencia), muda su registro en
varias ocasiones y, pudiendo discurrir sobre el liso paño de la escritura del diario
personal de Mac, se pliega y produce una escarpada orografía narrativa. En sus
páginas se suceden, como en los terrenos de una sierra, cimas ensayísticas,
picos anecdóticos semejantes a los absurdos gombrowiczeanos, abismos de cuentos
dentro de otros cuentos y meticulosas escalas donde se pormenorizan proyectos
de escritura.
Ahora
mismo recuerdo una idea que se encuentra en Calle
de dirección única, donde Walter Benjamin dice que hay dos tipos de
personas: quienes leen por encima, como si sobrevolaran los libros a bordo de
un avión, y quienes caminan por los textos, entrando en contacto con los
relieves de las páginas. Yo diría, sin embargo, que existen dos paradigmas:
quienes se acercan a los libros con la certeza de que son sólo libros, y
quienes los utilizan como disfraces o herramientas para crear –por ejemplo Mac,
quien se vale de la novela de su vecino para ponerse a escribir, o el propio
Sánchez, que utilizó los estilos de diez autores para narrar los cuentos que
componen la historia del ventrílocuo.
Vila-Matas también
pertenece al segundo paradigma y por ello, desde hace años que empecé a leerlo,
lo imagino en su estudio como si se encontrara en un camerino de actor. Elige
del librero una prenda, la desdobla, la plancha en un escritorio semejante al
mío y se la pone. Lo veo frente al espejo (primero frac, luego lentejuelas),
confesando que sólo puede escribir si se disfraza de alguien más. La necesidad
de enfundar la voz individual con telas de voces ajenas y, a través de ellas,
articular una trama que, a fuerza de repetir historias ya contadas, resulte
original.
De ahí la importancia que
tiene la figura del ventrílocuo, metáfora que preside un complejo e infinito ciclo
literario parecido a un juego de espejos. Ciclo que, de adentro hacia afuera de
la novela, comienza con Walter, quien da voz a su muñeco Sanson. Sigue con
Ánder, autor que hace hablar a sus personajes a través de los estilos de otros
escritores. Continua con Mac, quien ensaya en su diario una nueva versión de la
historia de Walter. Y termina, eso puede uno imaginarlo, fuera de Mac y su contratiempo, con Enrique
Vila-Matas encerrado en su estudio-camerino, escribiendo frente al espejo como
un muñeco articulado gracias a la acción de un ventrílocuo gigante que es la
suma de voces que ha leído y escuchado a lo largo de su vida.
Porque él –todos lo
sabemos– es un autor metaliterario, alguien que escribe sus ficciones apoyado
en un origen común a todos los lectores. Como dicen Jordi Balló y Xavier Pérez,
citados en Mac y su contratiempo: “Es
esta conciencia la que convierte estas ficciones en territorio experimental,
porque buscan la originalidad no tanto en la rememoración de su episodio piloto como en la capacidad
potencial de este origen para desplegarse hacia nuevos universos”.
Sentado frente a mi improvisado
escritorio, veo que ha llegado el momento de intentar volver al libro de
Calvino para compararlo con esta novela. Porque ambas están hechas con cuentos
sacados de libros imaginarios, urden juegos con las figuras del lector y el
escritor, y dedican gran parte de sus páginas a la reflexión metaliteraria. Sin
embargo, al desarrugar mis recuerdos, concluyo que es imposible y quizá
superfluo recordar detalladamente los relatos que uno ha leído. A lo máximo que
se puede aspirar es a quedarse con una huella vaga en la memoria, el timbre
borroso de una voz que se intentará revivir cuando la casa se derrumbe. Y eso será
suficiente.
Recupero, entonces, esas
vagas impresiones y, gracias a ellas, encuentro una diferencia clave entre
Calvino y Vila-Matas. Aunque Si una noche
de inverno se presenta como una novela en perpetuo cambio, cuyo centro de
gravedad es la incertidumbre y lo proteico, da la sensación de lleno total, de
obra en sí misma, como si Calvino hubiera cumplido punto por punto lo
establecido en su proyecto inicial y no quedara nada que agregar. Por el
contrario, Mac y su contratiempo
produce el efecto de lo incompleto, del proceso vacilante, de la construcción
sobre la marcha, lo cual no es signo de carencia, sino expresión del concepto
que sostiene y justifica al libro.
Entiendo por arte conceptual toda manifestación que
ponga mayor énfasis en la propuesta de procedimientos creativos, ideas,
proyectos, investigaciones o actitudes que en la realización de obras. A veces
el artista conceptual, para expresar sus ideas, hace obras, pero eso no es lo
más importante para él. El ejemplo canónico y pionero es, obviamente, Marcel
Duchamp, quien por cierto ha aparecido como referente o personaje en la obra de
Vila-Matas desde sus primeros libros, lo cual, si se analiza, podría servir
para identificar el coqueteo vilamatasiano con lo conceptual. Coqueteo que, a
mi modo de ver, se intensificó a partir de la publicación de Kassel no invita a la lógica (2014) y Marienbad
eléctrico (2015), dos libros donde el arte contemporáneo es tema principal.
Si se acepta que lo
anterior es cierto y suficiente para colocar a Vila-Matas dentro de ese arte,
habrá que preguntarse cuál es la idea que sostiene a su última novela y
justifica su estructura llena de huecos. Para mí, ese concepto –que atraviesa
toda su obra– es la escritura, pero cierta noción de la misma que la entiende como
tentativa, búsqueda interminable o imposibilidad. “Escribir es tratar de saber
qué escribiríamos si escribiéramos”, recuerda Mac. “Sólo importa la obra, pero
finalmente la obra no está ahí más que para conducir a la búsqueda de la obra”,
lee en un horóscopo del periódico. “Redactar una novela es escribir los
fragmentos de un intento, no el obelisco completo”, parafrasea a Dora Rester. Por
ese motivo, el lector se enfrenta a un texto que parece sólo esbozado. No sabe con
certeza cómo es la novela de Sánchez, ni cómo será la de Mac. Únicamente lee siluetas
de cuentos, andamios, procedimientos para escribir que nadie ha llevado a cabo.
Sólo ve fisuras. Pero entiende que, como anotó Mac en su diario, “hoy en día,
sin esas brechas que abren caminos y hacen trabajar nuestra imaginación y son
la marca de la obra de arte incompleta, no podríamos seguramente ya ni dar un
paso, tal vez ni respirar”.
Y el lector respira,
agradecido.
Publicado en Revista de la Universidad de México