martes, 8 de abril de 2014

ACNÉ


***"La única función de un diario o un cuaderno de notas es su forma: cómo se escribe lo que se escribe -escribir sin ningún propósito más que escribir, castrando la trama, el argumento, la imágen poética-. Pero Martín Caparrós: ´nada más mortal que la pureza pura´, y con eso el recreo de escribir sin que lo escrito necesite realizar una función precisa de deshace". (Edgar Yepez, Paraísos vulnerables)

***Cuando me preguntan si pienso volver a Mazatlán y vivir allá, suelo contestar equivocadamente: aduzco razones culturales (en provincia no hay librerías, ni cines interesantes, ni bibliotecas, ni museos) que en realidad no tocan el punto principal de mi decisión de no moverme de la Ciudad de México, a saber, que el clima de aquí -templado la mayoría de las veces- mantiene a raya la eclosión de mi acné. Por el contrario, cada vez que regreso a Mazatlán, por las temperaturas elevadas que dilatan los poros de mi piel, los barros y las espinillas brotan en mi rostro, lo invaden. Si viviera en Mazatlán o en cualquier otra ciudad tórrida, volvería a la adolescencia cutánea, y eso me provocaría una angustia y un horror insoportables.

***(Una bitácora de lectura de El zafarrancho aquél de vía Merulana). El 13 de febrero fue ardua la lectura. Me quedé dormido. Un día antes (12 de febrero) la lectura fue apasionante. No puedo decir más al respecto de mi experiencia.

***Pienso que este tipo de lecturas son como las sopas concentradas, nutritivas. La necesidad de consultar el diccionario me hace sentir que abrevo de nuevo -como en mi adolescencia, cuando desconocía más que ahora las palabras y hacía listas léxicas en hojas de papel y aun en las sábanas de mi cama- en una fuente del lenguaje, lo cual se opone a las experiencias producidas por los textos de prosa transparente. ¿El zafarrancho es un libro difícil? Establecer una diferencia entre los libros difíciles de literatura y los libros difíciles de filosofía o teoría. Difícil como querer comprender el acimut armado sólo con una exigua definición leída en el Pequeño Larousse.

***La multiplicidad que explica Italo Calvino, además de ser inherente a la personalidad, al modo intelectual y a las intenciones de Gadda, se hace patente y práctica en el lector: El zafarrancho no es un libro en el que uno se pueda sumergir unívocamente, absorta y alelada la atención por los efectos de la trama, sino que todo el tiempo es indispensable tejer relaciones múltiples con las páginas del diccionario, donde uno se encuetra con un universo de imágenes, definiciones, lugares... Es necesaria una concentración dispersa, como de mosaico; si me detengo -como frecuentemente me ocurre- a observar algún detalle en un recodo cualquiera del diccionario, la lectura se vuelve cosa de nunca acabar, pues como bien decía Calvino del estilo gaddiano: “Cualquiera que sea el punto de partida, el discurso se ensancha para abarcar horizontes cada vez más vastos, y si pudiera seguir desarrollándose en todas direcciones llegaría a abarcar el universo entero”.  La multiplicidad manifestada en la experiencia del lector que no puede prescindir del diccionario.

***acimut.
(Del ár. assumūtpl. de samt).


1. m. Astr. Ángulo que con el meridiano forma el círculo vertical que pasa por un punto de la esfera celeste o del globo terráqueo.

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***Se me ocurre que puedo hacer tangenciales comentarios como los que hace Gadda acerca del Testa de Muerto (Mussolini), comentarios sobre la realidad sociopolítica circundante. El sábado veintidós de febrero agarraron al Chapo. Mala idea. Me importa poco la realidad sociopolítica circundante. O mejor dicho, creo que, de alguna manera, esa realidad se filtra en lo que escribo sin que yo me aperciba de ella. ¿Cuál es la importancia que debe tener en la literatura lo que pasa en el mundo? En una entrada de su diario, Kafka escribió: "Alemania ha declarado la guerra a Rusia, por la tarde clase de natación". Me parece una buena respuesta.

***Yo no puedo decir que Carlo Emilio Gadda es el Joyce italiano porque no he leído a Joyce, pero sí puedo decir, como reverso, que Daniel Sada es el Gadda mexicano. Aquí el tema para un ensayo de literatura comparada: las similitudes evidentes entre estos dos autores, el gusto por el lenguaje singular, por las situaciones risibles: Gadda y Sada comparten aspectos de sus voces y de sus hábitos.

***Definitivamente Gadda y Joyce no se parecen en lo físico. Gadda y Sada tienen un aspecto más familiar: los dos eran gordos y, en lo general -aunque a mí me parezca que eran más bien sujetos un poco locos-, parecían hombres de lo más normales. Sin embargo, el mayor parecido es el que encuentro entre algunas fotos de Gadda y otras de Hitchcok. Pienso que esto del aspecto físico de los escritores es una estupidez irrelevenate, pero no en el caso particular de Gadda, que en su ensayo "Cómo trabajo" dice que las razones por las que siempre que iba a la peluquería pedía que le dejaran el pelo bien corto eran de naturaleza literaria. Gadda sentía una aversión profunda hacia lo que él llamaba la “imagen tradicional y ab aeterno romántica del escritor-creador, del ingenioso demiurgo”, según la cual se pretende que “el escritor, en comparación con el hombre común, con el llamado hombre normal, tendría un suplemento de energía crítica y de razón clarividente”. Él decía que esa creencia romántica comenzó en el año de 1840, justo cuando Thomas Carlyle -un escritor "romántico, de vicios y virtudes plebeyas", según Borges- dictó ante un público boquiabierto sus conferencias sobre los poetas y los hombres de letras, a quienes identificaba como vates y profetas mesiánicamente enviados para comunicarnos a los lectores, seres simples e ignorantes, “el divino misterio que reside en todas partes, en todos los Seres, la Idea Divina del Mundo, la que está en el fondo de la Apariencia”. Todo ese rollo romántico e increíble le producía a Gadda una repulsión incontrolable, y lo hacía odiar a sus colegas contemporáneos que aún creían en las palabras de Carlyle y que, por esas razones,
"procuraban valorar su legitimidad ante la opinión ciudadana, con gestos y actitudes vatescos, es decir, adecuados a la calificación; con vestiduras y sombreros de insólitas formas, pero aptos para el fin propuesto. Además, procuraban recurrir lo más raramente a los servicios de su desgraciado peluquero [...] La estirpe de los poetas-profetas  y de los escritores cabelludos no se extinguió con el extinguido siglo XIX; ¡sí, sí! [...] Un vate del ochocientos nunca se habría atrevido a afrontar a su público, en ninguna ocasión, con los cabellos a la americana o a la alemana, como yo le exijo a mi recalcitrante fígaro"
Carlo Emilio Gadda con el pelo bien
corto 
Nunca antes había escuchado una razón tan elaborada para una decisión que, a primera vista, puede resultar banal y superflua. Gadda lucía siempre el cabello corto porque detestaba la imagen romántica de los vates-profetas. Lo que aprendo con esta lección gaddiana es que nada es baladí: cualquier cosa es digna de volverse desmesuradamente compleja. Muestra de ello es la escritura de El zafarrancho, la novela más exagerada que he leído, donde cada detalle insignificante crece, se problematiza y se sale de control porque todo en esta vida es así: un pequeño punto que puede devorarnos y enloquecernos.

Alfred Hitchcock














***Me pregunto por la relación que se establece entre mi aspecto físico -soy un tipo que tiene veinticinco años y que no ha podido dejar atrás la adolescencia cutánea: mi cara está infestada por el acné- y mi escritura. Quizá yo sea un adolescente perpetuo, es decir, un hombre que no podrá jamás volverse adulto y, por eso mismo, no podrá tener un estilo propio y maduro. Un adolescente está en continuo desasosiego porque nunca es lo suficientemente bueno en algo, nunca es del todo guapo, jamás podrá escribir un texto con pericia ni solvencia, y eso lo lleva a todos los días intentar un peinado nuevo, una moda que no había probado. Un adolescente es, en definitiva, un individuo sin estilo. Literariamente, yo soy un escritor sin estilo. Me leo y me releo y encuentro que no tengo una manera particular de escribir. Quiero parecerme a todos. Ayer terminé de leer el excelente libro de Edgar Yepez Paraísos vulnerables. Quiero ser como él, pero me siento un poco incompetente. Leo la entrevista que Erik Alonso le hizo a Yepez y, colmado de admiración y envidia, siento de nuevo lo que experimentaba cuando en la secundaria veía a esos compañeros que ya tenían barba y ya no les salía acné. Erik y Edgar, por sus palabras, me parecen escritores que han dejado la adolescencia estilística, aunque digan lo contrario y afirmen que uno debería defender ese estado de adolescencia perpetua en el que volverse bueno o profesional es casi un error literario (las palabras son de Yepez):
"me parece que la cuestión es -o sería-: cómo hacer para no “volverte bueno”, no confiarte y utilizar siempre los dos o tres truquitos literarios que ya dominas y te festejan, o el puñado de recursos que ya tienes bien afinado y sabes perfectamente los efectos que produce. ¿Cómo resetear la propia práctica, revitalizarla? A mí esa condición de la escritura -o de cualquier otra actividad- me entusiasma, al mismo tiempo que me paraliza, significativamente, cuando me siento a escribir: hay siempre en ese proceso un perverso equilibrio de inseguridad, duda, angustia, y una insondable confianza en la propia intuición. Carlos Fuentes en su entrevista en The Paris Review, en 1981, dice que por fin aprendió a escribir cuando fue burócrata, (¡embajador en Francia, papá!) que antes no sabía hacerlo. Cuenta que entonces tenía, mentalmente, mucho tiempo libre, y que escribía en su cabeza. “Ahora puedo escribir, antes de sentarme a escribir. Puedo usar la página en blanco de un modo que antes no podía”. Fuentes a sus 53 años, reseteando la práctica literaria. Y está Barragán que edificaba un muro, y si no estaba donde él sentía que debía estar, lo derrumbaba y de nuevo lo levantaba diez centímetros atrás o adelante de donde estaba: volvía a comenzar. Eso encarecía sus obras y también las hacía muy lentas pero, como dice el Dr. Quirarte que dice Luis Cernuda: “la hermosura es paciencia”. No aprender a escribir, darse el tiempo para no aprender a hacerlo y confiar en lo que eso implica, tiene una diversa y sólida tradición; casi que es un género literario".

*** Man Ray tenía una opinión semejante: "Empezaba a cansarme de la pintura; de hecho, como ya lo he dicho, resulta un poco exagerado el dominar un procedimiento que hemos llegado a despreciar".
Cansado de utilizar los pinceles, Man Ray comenzó a pintar con elementos nuevos, por ejemplo, con el polvo acumulado.
"En otras palabras", continuaba el artista, "uno acaba por estar tan seguro de sí mismo, por volverse tan experto en determinada técnica, que acaba por perderle el gusto y el interés. Se vuelve un peso. Por eso me decidí a pintar sin pincel, sin tela y sin paleta".

***Ser un ajolote.

El ajolote es un animal que sigue los consejos de Edgar Yepez y Man Ray. Nunca termina de desarrollarse por completo. Vive con la ligereza acuática de los no profesionales, su estilo es fluctuante y jamás se fija. Es el perfecto adolescente.






***Pero recuerdo esta frase de Mario Bellatin en su libro Salón de Belleza: "Lo desconcertante de los Axolotes era su estilo repudiable que, aunado a su desagradable aspecto, daba al asunto de criar peses un carácter diabólico".


***"Tengo una fuerte predisposición a no cuestionar si una nota cualquiera debe transformarse en un texto útil, doy por sentado que sí y lo que anoto quiero mutarlo en ensayo, narración o puñado de versos. [...] ¿La escritura de diarios y notas -oscura hermana gemela de la puesta al servicio de una narración o imagen poética- se hace ignorando esa mortalidad o más bien, a pesar de ella?" (E.Y., Paraísos vulnerables)