lunes, 30 de abril de 2012

Decreto de infancia

Nostálgico, escribí el siguiente texto en el periódico Vícam Switch acerca de la niñez. Talvez sea una visión idealizada de esa edad. Es que,como dijo Neruda, "sucede que me canso de ser hombre".


Aquí la liga para leer el artículo:

http://www.vicamswitch.com/2012/04/decreto-de-infancia/#more-1295

lunes, 23 de abril de 2012

La nube en el desierto


UNO

El bandido líder canta una copla tabernaria. Seguro de sí, de su poderío e invulnerabilidad, ostenta a sus costados un par de pistolas de empuñaduras de marfil. Las botas y el sombrero de vaquero son las cosas más llamativas en él. A su lado, el bandido joven, compañero fiel del líder, fuma un cigarrillo oscuro que le hace más respirables los aires acres y secos del desierto. A unos cuantos metros de distancia, cinco hombres están maniatados y sujetos a la tranquera del rancho que, situado en medio de la nada, consta únicamente de la mencionada tranquera, de un granero extrañamente bien conservado, de dimensiones gigantescas, perfectamente cerrado, y un corral dentro del que aún se pueden ver las huellas en la tierra seca que dejaron las vacas que lo ocuparon hace más de un lustro. De izquierda a derecha, los dos primeros hombres son motociclistas chopper, su aspecto los hace casi iguales, la única diferencia que hay entre ellos es que el motociclista número uno tiene una larga cabellera pelirroja y el número dos es calvo. La mitad superior de sus cuerpos luce desnuda y llena de tatuajes. A un lado de los motociclistas se encuentra un par de hombres que evidentemente son mexicanos. El mexicano número uno usa anteojos oscuros y una camiseta del equipo de fútbol Los Dorados. El mexicano número dos va vestido como se visten los rancheros ricos de Sonora cuando asisten a una fiesta muy elegante. El hombre del extremo derecho es alto, calvo, viste un elegante esmoquin negro que hace juego con su personalidad, su rostro levemente sonriente y su cuerpo inmóvil. Su nombre es Joaquim. Todos los presentes, menos Joaquim, parecen no haber dormido en dos días, sudan copiosamente gracias al calor irradiado por el sol cenit.


El bandido joven tira lo que queda de su cigarrillo. El bandido líder enciende uno con un cerillo raspado en su bota. Ambos jalan los martillos de sus pistolas. Se preparan, apuntan con los ojos izquierdos cerrados. Se hace un silencio inquietante, fragante a fatalidad. La única nube en el cielo tiene la forma de la Santa Muerte, pero sólo los dos mexicanos se dan cuenta. La somnolencia que precede a los fusilamientos. Sin embargo, lo inevitable, de pronto, se rompe. Algo hace que los bandidos bajen sus armas y miren hacia atrás. Se escucha en el valle un lejano rumor que se acerca. Se trata de la sociedad de motociclistas de California que, en una veintena, se dirige hacia el rancho a una velocidad ruidosa de motor de Harley-Davidson, entre nubes de polvo y música que ellos mismos llaman “blues camorrista”. El motociclista número uno y el número dos sonríen entre sí.


DOS

Sobre un piso de duela se encuentra reunido un grupo de personas que rodean a Juan Carlos,
que está tirado de bruces y convulsiona, la boca viscosa, a consecuencia del mucho alcohol que ha ingerido. Cuando todos creen que Juan Carlos va morir, da dos pasos adelante la bella Nélida y habla en tono afectado:

NÉLIDA: Recuerdo que vi bajar su cuerpo oscuro de contornos iluminados por el sol poniente aquella primera vez hace más de cinco años. Desde entonces vivo enamorada de él y aún lo encuentro igual de guapo, pese a las convulsiones y la sangre que ahora escupe por la boca, con sus pobladas cejas negras y su mirada de santo martirizado por el horrible vicio del tiránico alcohol.

Las palabras de Nélida suenan a discurso fúnebre y la gente que los rodea no sabe hacer otra cosa más que aplaudir. Nélida sigue hablando:

NÉLIDA: Hoy en la mañana me besó como si se estuviera preparando para un viaje que duraría años (Pausa trémula, poblada de sollozos y silencio contenido). Él ya sabía lo que pasaría. (Se agacha y extiende su mano anhelante hacia el cuerpo convulso) ¡Juan Carlos, te amo!

Juan Carlos parece un pescado que muere asfixiado en la proa de una lancha. Nélida llora. Las personas tratan de consolarla. Un médico llega y realiza maniobras de primeros auxilios a Juan Carlos. Nélida cae desmayada. Se cierra el telón. Una ola de aplausos se alza desde las butacas. El público, vestido elegantemente de negro y blanco, comenta la excelente actuación, casi operística según algunas personas, de Nélida. El público, siguiendo el programa que tiene en sus manos, se prepara emocionado para asistir a la pieza principal del evento teatral representada al aire libre. Se abren las puertas del teatro que, visto desde afuera, parece un granero. El público sale emocionado. Es de día.

TRES

Los motociclistas californianos avanzan a una velocidad engañosa, tardan más en llegar de lo que deberían. Al mismo tiempo, por el lado opuesto del valle, se ve otro grupo que se acerca: es la mafia mexicana que, en descomunales camionetas pick-up, se acerca con sicarios armados hasta los dientes. Como si todo eso no fuera suficiente, el granero abre sus puertas y escupe a más de cien hombres y mujeres elegantemente vestidos al estilo de Joaquim, quien permanece como si no pasara nada. Los dos bandidos se dan cuenta de que están en aprietos. Parece que sus víctimas se han comunicado con sus amigos para recibir ayuda.


BANDIDO LIDER: (Acariciando sus pistolas, en tono reposado, para sí) Esto sí que será una masacre. (Al bandido joven, en tono de broma) José, ese color tuyo es de puro miedo, no te pongas amarillo.

BANDIDO JOVEN: “Amarillo no me pongo, amarillo es mi color”, como dice la canción. No le tengo miedo a nadie. Será mejor ocuparnos primero de los catrines que han salido del granero. Además, parece que eres tú el que tiembla de miedo.

BANDIDO LIDER: Yo soy como una moneda que lanzas al aire y siempre te da la misma cara. Mi cara nunca es la del miedo. Comencemos, pues.

Las personas que salieron del granero dejan de ser simple público y sacan, de sus bolsillos los hombres, de sus pequeñas bolsas lujosas las mujeres, pistolas con incrustaciones de diamante. Un anciano elegante toma la posición de vanguardia y grita:

ANCIANO ELEGANTE: ¡No te preocupes, Joaquim, te salvaremos!

Joaquim no mueve ni un musculo de la cara. Se desata un combate endiablado. Inexplicablemente, los bandidos logran matar a casi todos los que eran parte del público del granero y ellos dos salen ilesos. Entonces llega el escuadrón de motociclistas y se une al combate en contra de los bandidos, pero éstos se defienden con la misma efectividad y tino que demostrarían los mejores pistoleros del cártel del diablo. Damas elegantes yacen muertas encima de espantosos y rudos motociclistas con las tripas de fuera. Inmediatamente después, la mafia mexicana se une al pandemónium. Los estertores de los moribundos se mezclan con las groserías y narcoexclamaciones de los recién llegados. Balas, bombas, explosiones. Al final, por más inverosímil que parezca, los sobrevivientes son los siete hombres de la primera escena: los dos bandidos y los cinco maniatados.

BANDIDO LÍDER: (Lanzando una moneda al aire, con una mueca extraña y hierática) Esto sí que ha sido difícil, (atrapando la moneda en el aire y descubriendo la cara resultante del bolado) estuve a punto de mostrar la cara del miedo.

BANDIDO JOVEN: Demonios, jefe, esto es una mierda (viendo los muertos a su alrededor). Yo por poco dejo el color amarillo de mi rostro y me pongo blanco.

BANDIDO LÍDER: ¡Carajo! Ahora hay que terminar lo que comenzamos. Nos esperan estos cinco maricas.

Los dos bandidos cargan de nuevo sus pistolas, apuntan y disparan, de izquierda a derecha, sobre los cuatro primeros hombres. Antes de disparar sobre Joaquim, deciden descansar y fumar un par de cigarrillos. Expulsan algunas bocanadas de humo. Le dan la espalda a Joaquim, el último hombre que debe morir ese día. En el ambiente no corre ni una partícula de brisa. En el cielo azul sólo hay una nube. El bandido joven la mira.

BANDIDO JOVEN: Esa nube tiene la forma de una mujer desnuda.

BANDIDO LÍDER: (Persignándose) Esa nube tiene la forma de la virgen.

Detrás de los dos bandidos, con la leve sonrisa de un psicópata aristócrata, Joaquim libra sus manos con facilidad y, como si nunca hubiera estado amarrado, saca de su esmoquin una bella pistola que empuña con satisfacción. Sí, para sorpresa de todos, Joaquim, quien permaneció inmóvil durante toda la representación, sin mover ni mano, ni pie, ni cabeza, hace la siguiente afirmación diletante:

JOAQUIM: (Con una sonrisa que hiela la sangre de sólo verla) Yo diría que se parece a la Venus que pintó Botticelli.

Los bandidos voltean a verlo. Se quedan anclados al suelo, inmóviles. Una sola palabra condensa su miedo:

BANDIDOS LÍDER Y JOVEN: ¡¡¿Botticelli?!!

Entonces Joaquim dispara sobre ellos con la misma elegancia con que dispararía contra un par de esculturas de hielo. Los bandidos caen. Joaquim guarda su arma. Se va caminando por el valle desierto. La nube sigue en su lugar. La escena se funde en negro.

viernes, 20 de abril de 2012

Carta abierta a los jóvenes calvos de la calle donde vivo

 

Hoy en la mañana encontré bajo mi puerta una extraña carta que algún vecino extravagante dejó ahí. Al principio creí que se trataba de una broma, pero cuando bajé la escalera del edificio, vi en la puerta principal la misma hoja pegada como si fuera un anuncio muy importante del comité vecinal. A continuación la transcribo para que ustedes la juzguen.


A mi hermano, por el destino que compartimos
Vecinos:
En la acera de enfrente hay tres tiendas de abarrotes: la de las viejitas, la de doña Santa y la del señor de la peluca. A esta última nunca entro porque la cabeza del tendero me parece la cosa más truculenta y artificial del barrio. Sin embargo, cuando me veo obligado a comprarle algo –su negocio, todo sea dicho, es el mejor surtido-, me pregunto si no se dará cuenta de que su pelo falso es más ridículo que la calvicie que oculta. Porque algo es incontrovertible: un pelón pasa inadvertido con mayor facilidad que un sujeto de cabellera apócrifa; un calvo con peluca, al menos que ésta sea versallesca, de payaso o de juez, resulta digno de sornas y objeto de conmiseraciones burlonas. La vida de los que llevan el peinado postizo se rige por precauciones miedosas: le temen al viento, a la lluvia, a las caricias cariñosas; en la noche, antes de dormir, lloran al tocar su cabeza despojada. ¡Qué dignidad, qué libertad, en cambio, la de quien presume su cráneo bruñido y desnudo en medio de la multitud! La falta de pelo en la cabeza conlleva numerosas circunstancias deseables, sin embargo, por razones extrañas, constituye con frecuencia un atentado al pundonor masculino. Por eso levanto mi voz y les digo que despertemos del letargo y sepamos que no siempre gozaremos de nuestras melenas al viento; ahora es el momento de romper una lanza a favor de nuestro futuro sin pelo. Basta de ser aquellos petimetres que pasan horas frente al espejo sumidos en lamentables orgías de artículos para el peinado. Basta de ser esos hombrecillos que practican exclusivamente dos extraños deportes: el rascado de cabeza y el recorrido sensual de los dedos entre el cabello. Basta de confiar la guapura al copete. No perdamos la cabeza en fútiles preocupaciones. Ha llegado la hora: ¡Calvos –en acto o en potencia- del barrio, unámonos!



Disculpen el arrebato: me dejé llevar. Cuando se desea defender un asunto con éxito, lo mejor es mantener el equilibrio preciso entre vehemencia y cordura. Lo peor es comportarse como un mandril rabioso. ¿Cuándo se ha visto a un chimpancé redactar una epístola a la juventud? (No valen aquí, por pertenecer al terreno de la ficción, ni el cuento de Kafka “Informe para una academia”, ni la película El planeta de los simios, ni la mítica isla Lemuria). Hoy que les escribo acerca de los beneficios de la calvicie, considero urgente conservar la cordura y la templanza de pensamiento. Moderación y tacto, dos cualidades que un buen orador pelón debe desplegar ante su público, dos puntos también imprescindibles cuando de situaciones capilares se trata, ya que nadie negará que, según ciertas teorías antropológicas, la urbanidad, la técnica y la fundación de poblaciones humanas sedentarias coincidieron, hace miles de años, con la pérdida de pelo que el hombre sufrió y que, precisamente, lo convirtió en lo que es: el eximio homo sapiens. Aquí, compañeros, evolución equivale a calvicie, como si el aumento de inteligencia fuera inversamente proporcional a la cantidad de cabello que se posee. Un caballero de frente amplia –sé que entre mis lectores hay quienes ostentan unas extremadamente amplias- es, por lo común, reflexivo, agudo y de buen trato, es decir, evolucionado. El avance de la frente en la cabeza es el correlato del avance espiritual de la especie humana. Quizá por eso, en el imaginario popular, concebimos a los extraterrestres como criaturas cabezonas y sin un pelo de tontas; pensamos, tal vez de manera inconsciente, que si ellos existen, su civilización es más avanzada que la nuestra y que, consecuentemente, son calvos. La ufología es, en ese sentido, un consuelo para los pelones.



Pero regresemos a nuestra esfera terrestre y pongamos ejemplos contundentes. ¿Alguien se imagina a Pablo Picasso, en esas fotografías de madurez, con cabello? El artista, siempre interesado en mostrar una imagen personal atractiva –que muchos calificaron como “fascinante halo demoníaco”-, sabía que su rotunda cabeza de genio debía ser calva en su época de mayor fama, y por eso nos resultan más familiares las fotos del Picasso pelón que las del joven pintor con abundante y jovial cabellera negra. Esta mención nos lleva a un inciso imprescindible: el sex appeal masculino y su relación con la calvicie, ya que Picasso es un hito señero dentro de lo que yo llamo “el canon de la belleza viril sin pelo”. El pintor malagueño fue prolífico en su obra, pero también en la conquista de bellas mujeres, y yo sospecho que mucho de eso se debió a su falta de cabello. Me explico. José Ortega y Gasset dedicó varias páginas para descubrir los secretos de lo que la gente considera “un hombre interesante”. Sin muchos rodeos concluyó que “el hombre interesante es el hombre de quien las mujeres se enamoran”. Pues bien, para mí, la cabeza desnuda, al estilo de Picasso, es el símbolo del hombre interesante por dos razones. La primera es estética: transmite la firmeza y la armonía de lo redondo y de lo agradable al tacto, es decir, inspira veleidades sensuales. No son pocas las mujeres que se sienten atraídas físicamente por una sobria y masculina cabeza lisa; la encuentran, por lo general, besable, divertida, oscuramente atávica en la intimidad, venerable y ágil, aerodinámica, inexpugnable. La segunda razón es de orden intelectual: un hombre calvo da la impresión de ser alguien inteligente, como si de tanto tener buenas ideas su capilaridad se haya afectado hasta la desaparición. Las mujeres, al hablar con un sujeto sin cabello, se muestran nerviosas y coquetas, despliegan su ingenio en un flirteo emocionante que en nada se parece a la simplicidad ramplona que utilizan cuando charlan con hombres que tienen dos dedos de frente. En fin, ustedes, jóvenes a los que me dirijo, contémplense en el espejo y díganme si los calvos no somos el tipo de hombre interesante por excelencia. No importa si nuestras facciones no son del todo agraciadas: basta una cabeza rasurada bajo el sol para causar sensación entre la población femenina. En una ocasión, por ejemplo, una compañera de la Facultad me dijo que el escritor Jorge Volpi le parecía muy atractivo. Yo me sorprendí en un principio –casi nadie opina que Volpi sea guapo-, pero luego descubrí a qué se refería: el aspecto intelectual de un pelón es poderoso. En el caso de ese escritor no es necesario leer su obra para opinar de él que es un sujeto brillante; al ver su fotografía, el espectador repara de inmediato en el cráneo desierto: su calvicie extrema –Volpi se rapa a navaja- le proporciona una intimidante apariencia alienígena que hace pensar en una inteligencia superior e hiperevolucionada, cosa que al parecer vuelve locas a las mujeres intelectuales. El único inconveniente es de índole ético: cualquier pelón se puede hacer pasar por alguien inteligente sin serlo realmente. En esos casos, lo más honesto es optar por otros estilos: el de la calvicie de Hollywood, cuyo mejor representante es Bruce Willis, el de la calvicie deportista, como Michale Jordan…


Escribo todo esto porque a veces no soporto la depresión que me causan algunas cosas que veo. He llegado a identificarme con Holden Caulfield, el protagonista de la novela de J.D. Salinger El guardián en el centeno, quien confesaba entrar en períodos de tristeza cuando veía a un viejo enfermo que olía a Vick Vaporub, o cuando se encontraba a alguien que viajara con maletas feas y baratas, o con sólo pensar en el futuro de las niñas e imaginarlas casadas con hombres aburridos… En una ocasión, al entrar a una habitación de hotel en Nueva York, Holden dijo: “El botones que me subió el equipaje al cuarto debía tener unos sesenta y cinco años. Resultaba aún más deprimente que la habitación. Era uno de esos viejos que se peinan echándose todo el pelo a un lado para que no se note que están calvos. Yo preferiría que todo el mundo lo supiera antes que tener que hacer eso”. Pues bien, el redactor de este oficio (o sea: yo, que desempeño el cargo de presidente de colonos) siente lo mismo cuando tiene que comprarle algo al señor de la peluca. Por lo tanto, creo que el propósito de esta carta ya se adivina; después de demostrada la dignidad y las ventajas de la calvicie masculina, hago un llamado y una recolección de firmas para hacer llegar al tendero en cuestión nuestra inconformidad con el uso de su peluca, que redunda en el entristecimiento de nuestra calle y la depresión anímica de todos los vecinos. Tengo plena confianza en su óptima y entusiasta cooperación. ¡La unidad y participación de todos en casos difíciles como éste es urgente! ¡No queremos morir de tristeza por culpa de alguien cuya baja autoestima amenaza con hundirnos en su abismo de inseguridad! Por favor, firme en la hoja que adjunto a este documento para hacer constar que usted está de acuerdo con lo que aquí he expuesto.

Sin más por el momento, quedo a su disposición, su vecino del 420, Bernardo.