lunes, 27 de noviembre de 2017

El inicio de la vuelta de tuerca

La vuelta de tuerca comienza a girar, según el autor, en la década de 1970 con la industrialización del municipio, cuando las fábricas y las viviendas pobres le fueron ganando espacio al campo. Yo opino, sin embargo, que debería remontarse al decreto presidencial que Ruíz Cortines dio a conocer en 1952. Pero ya se han visto los excesos causados por el deseo de llegar al origen de las cosas, así que digamos que esta historia urbana comienza en los setenta, al mismo tiempo que los trabajadores del corredor industrial de San Pedro Xalostoc (ubicado a quince kilómetros de Guadalupe Victoria) se unían al circuito de huelgas nacionales que por esos años conformaron una época conocida como “la insurgencia obrera”.
La inconformidad era una corriente que barría las calles, sobre todo en un lugar cuyo topónimo significa “En el cerro del viento”. El 12 de noviembre de 1971, un grupo de guerrilla urbana asaltó –“expropiaciones al capitalismo”, llamaban a ese tipo de acciones– Aceros Ecatepec, y poco después explotó una huelga masiva en Sosa Texcoco, una de las empresas ecatepenses más grandes y exitosas. Simultáneamente, El Chango peleaba por los suyos y en decenas de lugares la gente respondía ante los abusos. Aunque Luis Echeverría decía que el país iba “arriba y adelante”, no se respiraba calma por ningún lado. Dice Ruíz Parra: “El campo mexicano caía en la bancarrota y arrojaba a miles de jornaleros a un éxodo silencioso hacia Estados Unidos. Los campesinos de Guadalupe Victoria, privados de sus tierras, buscaron otros oficios. Se hicieron artesanos. Algunos de ellos se contrataron como obreros en la zona fabril. Otros se emplearon como albañiles. Muchas mujeres se hicieron sirvientas en hogares de clase media en la Ciudad de México. Vivían cinco días en las casa de sus patrones y regresaban sábados y domingos a su pueblo”.

            La vida, de por sí difícil, se precarizó, exactamente como sucede hoy en día. El terremoto de 1985 dejó sin casa a miles de capitalinos que tuvieron que ir a vivir a las periferias. Lo mismo pasó debido a la crisis económica de 1995. Y los terrenos de Potrero del Rey y La Laguna continuaban en litigio, fértiles y apetecibles para cientos de personas sin hogar y para unos cuantos abusadores.

viernes, 3 de noviembre de 2017

Lascas

Gasterópodo II


Nietzsche pensaba que es imposible –o al menos falaz o superfluo– postular la existencia de cualquier objeto. “Un objeto, para Nietzsche”, explica Alexander Nehamas en su libro Nietzsche, la vida como literatura, “no es una sustancia permanente que subyace a sus características. Es, simplemente, un entramado de situaciones con el que otras pueden ser compatibles o armónicas; al que otras pueden incluso dañar; y al que otras pueden ayudar, o favorecer”.
     Ahora bien, quizá más importante que lo anterior, es necesario entender que los entramados de situaciones –es decir los objetos– no son esenciales: las cosas no mantienen relaciones por sí mismas; se entrelazan –mejor dicho: parecen entrelazarse– gracias al proceso interpretativo de quienes las observan. Y todos saben que los procesos interpretativos están siempre determinados por puntos de vista que incorporan intereses, necesidades y valores particulares.
     Aclaro lo anterior para evitar malentendidos y poder enunciar lo que, para mí, es un gasterópodo. Un gasterópodo es un entramado de situaciones que me ponen frente al símbolo del paraíso perdido. Calcárea huella helicoidal de un momento en que creí que la precariedad no existía o, al menos, de un momento en que no la percibí. O: huella de cuando supe que la tragedia sobrevuela sin descanso el cielo pero aún no me rozaba su tenebrosa ala.

Algún día narraré el entramado de situaciones que, acomodado por mi proceso interpretativo, me llevó a esa definición

Libros que cambian
Recuerdo una novela, Hocus Pocus, de Kurt Vonnegut, donde la presentación en primera persona del protagonista da varios giros de 180 grados antes de acabar el primer capítulo, lo cual produce un efecto de desconcierto y riesgo exquisito. Digo recuerdo porque de no estar refugiado en la enloquecida casa familiar, escribiendo sobre un burro de planchar que me sirve de escritorio, iría a mi librero, consultaría a Vonnegut y me aseguraría de citar los ejemplos correspondientes. Pero no puedo porque mi departamento está en riesgo de demolición tras el terremoto y, por si fuera poco, me veo obligado a hacer labores de enfermero porque mi madre se encuentra grave, gravísimamente enferma en la habitación de al lado. Así que forzosamente permanezco aquí, equivocando mis recuerdos y pensando que, ahora más que nunca, escribir equivale a planchar las arrugadas prendas del ropero de la mente. Tarea de mayordomo y no de literato, cosa que le va bien a mi nueva labor de enfermero. Procedo, entonces, a alisar pliegues y a explicar que fue a raíz de la lectura de Mac y su contratiempo, nueva novela de Enrique Vila-Matas, que intenté recordar libros que, como Hocus Pocus, cambien y retuerzan su mecanismo interno produciendo un efecto de desconcierto, riesgo exquisito y avance sin tregua.

Me gustan los libros que cambian y retuercen su mecanismo interno.


Vila-Matas y la vestimenta

Escribir equivale a alisar las arrugadas prendas del ropero de la mente. Eso me parece que hace Vila-Matas, a quien siempre me he imaginado en su estudio, sacando libros del librero como si descolgara camisas.   

Simple diarista

Pasa de simple diarista desocupado a detective de barrio, marido celoso, falso reportero, crítico literario, fantasma de sí mismo, intermediario entre el mundo pulcro de la gente con casa y la conjura de vagabundos que amenaza con apoderarse de la ciudad.