lunes, 23 de abril de 2012

La nube en el desierto


UNO

El bandido líder canta una copla tabernaria. Seguro de sí, de su poderío e invulnerabilidad, ostenta a sus costados un par de pistolas de empuñaduras de marfil. Las botas y el sombrero de vaquero son las cosas más llamativas en él. A su lado, el bandido joven, compañero fiel del líder, fuma un cigarrillo oscuro que le hace más respirables los aires acres y secos del desierto. A unos cuantos metros de distancia, cinco hombres están maniatados y sujetos a la tranquera del rancho que, situado en medio de la nada, consta únicamente de la mencionada tranquera, de un granero extrañamente bien conservado, de dimensiones gigantescas, perfectamente cerrado, y un corral dentro del que aún se pueden ver las huellas en la tierra seca que dejaron las vacas que lo ocuparon hace más de un lustro. De izquierda a derecha, los dos primeros hombres son motociclistas chopper, su aspecto los hace casi iguales, la única diferencia que hay entre ellos es que el motociclista número uno tiene una larga cabellera pelirroja y el número dos es calvo. La mitad superior de sus cuerpos luce desnuda y llena de tatuajes. A un lado de los motociclistas se encuentra un par de hombres que evidentemente son mexicanos. El mexicano número uno usa anteojos oscuros y una camiseta del equipo de fútbol Los Dorados. El mexicano número dos va vestido como se visten los rancheros ricos de Sonora cuando asisten a una fiesta muy elegante. El hombre del extremo derecho es alto, calvo, viste un elegante esmoquin negro que hace juego con su personalidad, su rostro levemente sonriente y su cuerpo inmóvil. Su nombre es Joaquim. Todos los presentes, menos Joaquim, parecen no haber dormido en dos días, sudan copiosamente gracias al calor irradiado por el sol cenit.


El bandido joven tira lo que queda de su cigarrillo. El bandido líder enciende uno con un cerillo raspado en su bota. Ambos jalan los martillos de sus pistolas. Se preparan, apuntan con los ojos izquierdos cerrados. Se hace un silencio inquietante, fragante a fatalidad. La única nube en el cielo tiene la forma de la Santa Muerte, pero sólo los dos mexicanos se dan cuenta. La somnolencia que precede a los fusilamientos. Sin embargo, lo inevitable, de pronto, se rompe. Algo hace que los bandidos bajen sus armas y miren hacia atrás. Se escucha en el valle un lejano rumor que se acerca. Se trata de la sociedad de motociclistas de California que, en una veintena, se dirige hacia el rancho a una velocidad ruidosa de motor de Harley-Davidson, entre nubes de polvo y música que ellos mismos llaman “blues camorrista”. El motociclista número uno y el número dos sonríen entre sí.


DOS

Sobre un piso de duela se encuentra reunido un grupo de personas que rodean a Juan Carlos,
que está tirado de bruces y convulsiona, la boca viscosa, a consecuencia del mucho alcohol que ha ingerido. Cuando todos creen que Juan Carlos va morir, da dos pasos adelante la bella Nélida y habla en tono afectado:

NÉLIDA: Recuerdo que vi bajar su cuerpo oscuro de contornos iluminados por el sol poniente aquella primera vez hace más de cinco años. Desde entonces vivo enamorada de él y aún lo encuentro igual de guapo, pese a las convulsiones y la sangre que ahora escupe por la boca, con sus pobladas cejas negras y su mirada de santo martirizado por el horrible vicio del tiránico alcohol.

Las palabras de Nélida suenan a discurso fúnebre y la gente que los rodea no sabe hacer otra cosa más que aplaudir. Nélida sigue hablando:

NÉLIDA: Hoy en la mañana me besó como si se estuviera preparando para un viaje que duraría años (Pausa trémula, poblada de sollozos y silencio contenido). Él ya sabía lo que pasaría. (Se agacha y extiende su mano anhelante hacia el cuerpo convulso) ¡Juan Carlos, te amo!

Juan Carlos parece un pescado que muere asfixiado en la proa de una lancha. Nélida llora. Las personas tratan de consolarla. Un médico llega y realiza maniobras de primeros auxilios a Juan Carlos. Nélida cae desmayada. Se cierra el telón. Una ola de aplausos se alza desde las butacas. El público, vestido elegantemente de negro y blanco, comenta la excelente actuación, casi operística según algunas personas, de Nélida. El público, siguiendo el programa que tiene en sus manos, se prepara emocionado para asistir a la pieza principal del evento teatral representada al aire libre. Se abren las puertas del teatro que, visto desde afuera, parece un granero. El público sale emocionado. Es de día.

TRES

Los motociclistas californianos avanzan a una velocidad engañosa, tardan más en llegar de lo que deberían. Al mismo tiempo, por el lado opuesto del valle, se ve otro grupo que se acerca: es la mafia mexicana que, en descomunales camionetas pick-up, se acerca con sicarios armados hasta los dientes. Como si todo eso no fuera suficiente, el granero abre sus puertas y escupe a más de cien hombres y mujeres elegantemente vestidos al estilo de Joaquim, quien permanece como si no pasara nada. Los dos bandidos se dan cuenta de que están en aprietos. Parece que sus víctimas se han comunicado con sus amigos para recibir ayuda.


BANDIDO LIDER: (Acariciando sus pistolas, en tono reposado, para sí) Esto sí que será una masacre. (Al bandido joven, en tono de broma) José, ese color tuyo es de puro miedo, no te pongas amarillo.

BANDIDO JOVEN: “Amarillo no me pongo, amarillo es mi color”, como dice la canción. No le tengo miedo a nadie. Será mejor ocuparnos primero de los catrines que han salido del granero. Además, parece que eres tú el que tiembla de miedo.

BANDIDO LIDER: Yo soy como una moneda que lanzas al aire y siempre te da la misma cara. Mi cara nunca es la del miedo. Comencemos, pues.

Las personas que salieron del granero dejan de ser simple público y sacan, de sus bolsillos los hombres, de sus pequeñas bolsas lujosas las mujeres, pistolas con incrustaciones de diamante. Un anciano elegante toma la posición de vanguardia y grita:

ANCIANO ELEGANTE: ¡No te preocupes, Joaquim, te salvaremos!

Joaquim no mueve ni un musculo de la cara. Se desata un combate endiablado. Inexplicablemente, los bandidos logran matar a casi todos los que eran parte del público del granero y ellos dos salen ilesos. Entonces llega el escuadrón de motociclistas y se une al combate en contra de los bandidos, pero éstos se defienden con la misma efectividad y tino que demostrarían los mejores pistoleros del cártel del diablo. Damas elegantes yacen muertas encima de espantosos y rudos motociclistas con las tripas de fuera. Inmediatamente después, la mafia mexicana se une al pandemónium. Los estertores de los moribundos se mezclan con las groserías y narcoexclamaciones de los recién llegados. Balas, bombas, explosiones. Al final, por más inverosímil que parezca, los sobrevivientes son los siete hombres de la primera escena: los dos bandidos y los cinco maniatados.

BANDIDO LÍDER: (Lanzando una moneda al aire, con una mueca extraña y hierática) Esto sí que ha sido difícil, (atrapando la moneda en el aire y descubriendo la cara resultante del bolado) estuve a punto de mostrar la cara del miedo.

BANDIDO JOVEN: Demonios, jefe, esto es una mierda (viendo los muertos a su alrededor). Yo por poco dejo el color amarillo de mi rostro y me pongo blanco.

BANDIDO LÍDER: ¡Carajo! Ahora hay que terminar lo que comenzamos. Nos esperan estos cinco maricas.

Los dos bandidos cargan de nuevo sus pistolas, apuntan y disparan, de izquierda a derecha, sobre los cuatro primeros hombres. Antes de disparar sobre Joaquim, deciden descansar y fumar un par de cigarrillos. Expulsan algunas bocanadas de humo. Le dan la espalda a Joaquim, el último hombre que debe morir ese día. En el ambiente no corre ni una partícula de brisa. En el cielo azul sólo hay una nube. El bandido joven la mira.

BANDIDO JOVEN: Esa nube tiene la forma de una mujer desnuda.

BANDIDO LÍDER: (Persignándose) Esa nube tiene la forma de la virgen.

Detrás de los dos bandidos, con la leve sonrisa de un psicópata aristócrata, Joaquim libra sus manos con facilidad y, como si nunca hubiera estado amarrado, saca de su esmoquin una bella pistola que empuña con satisfacción. Sí, para sorpresa de todos, Joaquim, quien permaneció inmóvil durante toda la representación, sin mover ni mano, ni pie, ni cabeza, hace la siguiente afirmación diletante:

JOAQUIM: (Con una sonrisa que hiela la sangre de sólo verla) Yo diría que se parece a la Venus que pintó Botticelli.

Los bandidos voltean a verlo. Se quedan anclados al suelo, inmóviles. Una sola palabra condensa su miedo:

BANDIDOS LÍDER Y JOVEN: ¡¡¿Botticelli?!!

Entonces Joaquim dispara sobre ellos con la misma elegancia con que dispararía contra un par de esculturas de hielo. Los bandidos caen. Joaquim guarda su arma. Se va caminando por el valle desierto. La nube sigue en su lugar. La escena se funde en negro.

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