martes, 14 de agosto de 2018

El caddie de Díaz Ordaz (1968)


Cuando Gustavo Díaz Ordaz asumió la presidencia, buscó rodearse de funcionarios obedientes. Era una persona rígida y desconfiada que necesitaba gente incondicional para sentirse seguro. Por eso nombró a Luis Echeverría secretario de gobernación. En la figura de ese hombre delgado, circunspecto y de postura corporal siempre recta que parecía además concentrar todos los rasgos de su personalidad en el ejercicio casi religioso de la eficacia y la obediencia, Díaz Ordaz creyó encontrar la mano derecha que necesitaba. Echeverría, como un robot, se esforzó en cumplir todo lo que el presidente le ordenara. Trabajaba más de lo esperado y, al observar en su jefe una irascible intolerancia contra las manifestaciones de protesta social (el movimiento de los médicos de 1964-65 fue ejemplo de ello), encontró en la facilitación burocrática del pretorianismo una forma de granjearse aún más la confianza del dirigente del país, con miras secretas a convertirse en su sucesor. Si a Díaz Ordaz le gustaba propinar garrotazos, Echeverría sería algo así como su caddie en el campo de golf: le tendría lista la bolsa de palos al presidente.
            El 22 julio de 1968, el movimiento estudiantil comenzó debido a un incidente ínfimo y más bien grosero (una pelea callejera entre alumnos de distintas escuelas) que devino en brutal golpiza por parte de la policía del Distrito Federal. El 26 de ese mes, los estudiantes protestaron con una marcha pacífica en la que exigían, entre otras cosas, la destitución de los altos mandos de la policía y la libertad de sus compañero presos. Díaz Ordaz se encontraba en una gira de trabajo en la costa del Pacífico mexicano y recibió una llamada en la que el secretario de gobernación, con voz indignada y servil, le describía los hechos como una amenaza para la seguridad nacional. La orden que dictó el presidente fue que alistaran la represión. Echeverría, en respuesta, se mostró particularmente solícito con los preparativos: propuso ataques, fuerzas del orden disponibles, fechas y lugares.
Así fue como el 30 de julio el Ejército ocupó las preparatorias 1 y 3 de la UNAM. Ese día los soldados derribaron la puerta del Antiguo Colegio de San Ildefonso con el disparo de una bazuka. El gobierno, como un padre autoritario y confiado en el efecto pavloviano que debería causar el chicotazo de su cinturón, esperaba el apaciguamiento arrepentido de los estudiantes. Pero la respuesta fue contraria. Los jóvenes, apoyados por personalidades como el rector de la UNAM Javier Barros Sierra y un grupo notable de profesores e intelectuales como Heberto Castillo y José Revueltas, formaron un movimiento que se opuso a los actos del gobierno pero al mismo tiempo accionó con peticiones y aspiraciones democráticas. Pedían un dialogo público con el presidente de la república y la derogación del artículo 145 bis del Código Penal Federal, que criminalizaba la organización ciudadana bajo el término de “disolución social”. Siguiendo ese programa, el Consejo Nacional de Huelga, conformado por estudiantes de muchas universidades del país, protagonizó mítines, plantones y manifestaciones durante los meses de agosto y septiembre de 1968. El gobierno contestó con tanques de guerra desalojando a estudiantes del Zócalo, con el Ejército allanando campus universitarios y con operaciones paramilitares.
            Mientras tanto, en la soledad de su despacho de Palacio Nacional, Díaz Ordaz, paranoico, se convencía de que el movimiento estudiantil era patrocinado por fuerzas socialistas internacionales que planeaban una invasión al país. Echeverría, por su parte, continuaba actuando: con gestos ensayados previamente en el espejo, poniendo en práctica las técnicas histriónicas que le enseñara su hermano mayor Rodolfo Landa cuando eran adolescentes, fingía, ante Díaz Ordaz, estar igual de preocupado y paranoico. Así fue como, durante noches eléctricas, apoyados por Marcelino García Barragán, entonces secretario de la Defensa Nacional, urdieron la Operación Galeana, cuya misión fue destruir el conflicto estudiantil el 2 de octubre, antes de que se inauguraran los Juegos Olímpicos. Por supuesto, Echeverría encontró la manera de añadir secretamente en el asunto algunos ingredientes propios. Contratar al cineasta Servando González para que grabara la Operación fue uno de ellos.

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