En 1939, el entonces joven Octavio Paz
publicó en la revista Taller el breve
ensayo “Una obra sin Joroba: Juan Ruíz de Alarcón”, donde dice: “Alarcón es una
respuesta al siglo XVII español. En Alarcón, por primera vez, se presiente que
lo mexicano no es, tan sólo, una dimensión de lo español sino, mejor que nada,
una réplica”. Las razones que esgrime son de un psicologismo notable: sostiene
que cuando el jorobado comediógrafo novohispano llegó a la metrópoli, se sintió
inhibido ante la genialidad vital y fatal de Lope de Vega y que, deprimido
anímicamente, tuvo una crisis de introspección: se “enconchó” en su giba
corporal y espiritual, “esa monstruosa joroba alarconiana que guarda, sin
esconder, todas sus lágrimas no derramadas”. Para Paz, la joroba es el símbolo
de los demonios internos y sentimentales del dramaturgo, pero también es
símbolo del patético teatro del siglo XVII español “con toda su violencia inmoderada,
con toda su misteriosa ternura, con toda su impudente desgracia, henchida,
hinchada de lágrimas”. Por ese motivo, sostiene que Juan Ruíz, herido en su
persona y en su concepción de la literatura ante la presencia aplastante de los
genios literarios que conoció en España, tomó una decisión radical: “en un
callado, heroico esfuerzo artístico y ético, les dijo no a la Joroba de su tiempo y a su propia joroba”. Decisión
profiláctica de liberación personal que, si bien lo salvó del abismo
psicológico en que se encontraba, tuvo repercusiones literarias
trascendentales: “El precio fue caro: al huir de su joroba, de su fatalidad,
huía de la Poesía”, dice Paz. Ahora bien, lo importante del ensayo es dar a
entender que de la negación de la Joroba simbólica se desprende el carácter
mexicano de la obra alarconiana: “en el no
de Alarcón está, como en cifra, todo el no
de México”, “a la temperatura apasionada, religiosa y heroica de su tiempo,
él opone la suya, hecha de mesura y dignidad”. El comediógrafo de Taxco usa la
cortesía, la razón y la mesura como respuesta combativa a la ampulosidad
insolente y patética de los ibéricos: “frente a la pasión de los españoles no
opuso un estremecimiento más hondo que la pasión de una fina arquitectura de
posibilidades y razones”. En esa oposición radica lo vernáculo alarconiano.
Palabra de Paz.
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