Esta pasión por retardar se convertiría no ya en el
obstáculo
de la obra siempre diferida, sino en el motor esencial
de
la obra en curso, la obra de actualidad, la que accede
a la publicación y a la fama.
Jean-Yves Jouannais, Artistas sin
obra
La película Adaptation, dirigida
por Spike Jonze y escrita por Charlie Kaufman, es el mejor retrato que he visto
del proceso creativo –a veces doloroso– por el que pasa un escritor cuando
tiene que cumplir un trabajo por encargo. Supe de ella porque Erik Alonso la
cita en un par de ocasiones dentro de su libro Los procesos, del cual, por cierto, debo entregar una reseña que no he terminado.
La película me gustó tanto que la vi dos veces seguidas:
Charlie
Kaufman, interpretado por Nicolas Cage, es un guionista de Hollywood que se
interna en un infierno personal al no poder adaptar para el cine el libro El ladrón de orquídeas, de Susan Orlean.
Lucha consigo mismo, no consigue escribir, se masturba cada noche y luego se
increpa por su infertilidad. Además, Charlie mantiene una tensa convivencia con
la figura del doble, representada por su hermano gemelo Donald, un cándido y
bobalicón hombre que, sin tener la menor idea del oficio, comienza a escribir
un guion estúpido que alcanza un éxito arrollador. Todo eso lo coloca en el
borde de un abismo mental.
Lo
interesante del filme es que su argumento es
el proceso de escritura de Kaufman; las cosas que vemos en la pantalla son los avances y retrocesos que suceden
en la cabeza del guionista, los tachones en su manuscrito, las prevaricaciones
con que se flagela al ver en el calendario que la fecha de entrega ya se
cumplió sin que él haya conseguido terminar la tarea. Ese drama interior,
representado cinematográficamente a través de una forma “parcial, caleidoscópica,
paradojal” que “predica la fabricación
como única salida literaria”, me parece genial.
Claro
que todo el tiempo Charlie Kaufman (tanto el personaje como el verdadero
guionista, o la confusión indisociable de ambos) tiene el camino fácil a la mano:
la posibilidad de escribir algo hollywoodesco, predecible, taquillero. Pero para
él eso significa traicionarse. Un principio ético que conlleva angustia, insomnio,
frustración, avance lento: en el minuto cincuenta y tres de la película, cuando
la escritura se ha vuelto imposible y la presión lo despierta a las tres de la
mañana, Charlie abre por milésima vez el libro de Orlean y lee lo siguiente: “Hay demasiadas ideas y cosas y
gente, demasiadas direcciones que tomar. Estaba empezando a pensar que la razón
por la que es bueno que algo te interese apasionadamente es que reduce el mundo
a un tamaño más manejable”. Entonces Kaufman le dice a la foto de la escritora
que se encuentra en la solapa del libro:
–No
sé cómo hacer esto. Tengo miedo de desilusionarte. Escribiste un libro
precioso. No puedo dormir.
Y
la voz imaginaria de Orlean (interpretada por Meryl Streep) le contesta con un tono comprensivo, cariñoso:
–Solamente
trabájalo. Concéntrate en una cosa de la historia. Nada más encuentra esa cosa
específica que te apasiona y escribe acerca de eso.
El
consejo de Susan es sabio, trae sosiego. Quizá todo se reduzca a encontrar
los detalles que nos gustan y escribir sobre ellos. Ahora que lo pienso, esa
fue la técnica que Karla Olvera utilizó en su libro La mùsica en un tranvìa checo: buscó en los diarios íntimos de
Fernando Pessoa, Franz Kafka y Virginia Woolf nueve “hermosas y excéntricas
nimiedades” que le interesaran apasionadamente y luego se puso a escribir, con
una curiosidad deliciosa, acerca de ellas.
Me
despierto a las tres de la mañana, poseído por una angustia indescriptible. Como Charlie, yo tampoco he terminado el texto que me encargaron. Abro
el libro de Erik Alonso y en la página veinticuatro leo lo siguiente: “Lo difícil no es buscar sino
reconocer las cosas que nos hacen sentir que el mundo, aunque sea por un
momento, es de nuestro tamaño.”
Este texto que me encargaron me
parece enorme, como el mundo que jamás podré recorrer. Necesito encontrar algo que
lo vuelva de mi talla.
En realidad es difícil.
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