lunes, 25 de febrero de 2019

La lógica de los flujos trasvasados y la salinidad del lago de Texcoco


Cuando se drena un cuerpo de agua, existen tres posibilidades. La primera es que el líquido fluya hacia otro sitio donde, por efecto de la temperatura, termine evaporándose. La segunda es que, al llegar a su nuevo asiento, el agua se infiltre en el subsuelo, nutra a un manto acuífero o se convierta en un manantial que brote en otro lugar. La tercera, que al ser expulsada de su contenedor original, corra hacia otro cuerpo de agua más grande como un río, un lago o hacia el mar. Lo más probable, también, es que sucedan las tres cosas al mismo tiempo. Que en el proceso de ser drenada, el agua se evapore; luego, a lo largo de su recorrido hacia otro cuerpo de líquido más grande (donde al final, irremediablemente, se evaporará), se infiltre en el suelo. En cualquier caso excepto en el de la evaporación–, el agua siempre arrastra consigo, en su camino hacia cotas cada vez más bajas, todo tipo de materiales sólidos. Así se explican tanto las gigantescas islas de basura en el océano como la salinidad del mar. Ese último fenómeno se debe a que la lluvia, al escurrir por las vertientes de los cerros, los deslava y acarrea sales y minerales que terminan en el océano. Como el agua se evapora y las sales no, al recibir ininterrumpidamente el liquido de los ríos, el mar se vuelve cada día más salado. Lo mismo pasó con el lago de Texcoco. Al estar ubicado en una cuenca endorreica, es decir, sin drenajes naturales, y al encontrarse en un sistema lacustre interconectado donde ocupaba la cota más baja respecto a los otros cuatro lagos, recibía de ellos su agua sobrante y con ésta también las sales, las cuales se sedimentaron, con el paso de los siglos, en su fondo, convirtiendo a sus aguas y sus tierras en poco propicias para la agricultura. Lo cual ha sido el argumento que, a lo largo de los siglos, se ha utilizado para expoliar a campesinos, ejidatarios y pequeños propietarios que viven en el vaso del lago de Texcoco...

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