En la Biblioteca Central de la UNAM, a las 5:50 de la tarde, veo frente a mí, al pie de los hermosos ventanales que en su parte superior tienen láminas cuadradas de ónix ambarino, a dos jóvenes de mi edad. Ambos ven a través del vidrio que da a los jardines de Ciudad Universitaria. Sus miradas parecen melancólicas, pero si presto más atención a sus gestos, descubro que bromean entre ellos y lucen felices. Son totalmente diferentes. El de la derecha es de estatura muy baja, casi enano. El otro padece gigantismo: enorme, rostro de ogro tierno, cuerpo algo retorcido, lleva en su mano izquierda un bastón ridículamente pequeño, lo cual lo hace ver bondadoso y pobre. Sería mejor que portara un báculo nudoso y grande como él, un caduceo de viejo eremita; le daría un aspecto respetable e interesante que, además, se vería complementado si su amigo se vistiera de don Sebastián de Morra.
Al fondo, la parte superior de los ventanales con los cuadros de ónix |
11 de septiembre de 2014
8:45 PM, Biblioteca Central. Desprecio a esa pandilla de estudiosos que, como yo, siempre están en esta biblioteca, todo el día.
La radical diferencia entre mi persona y ellos es que se comportan como si fueran los mejores amigos, se saludan y se despiden con una dulzura repugnante, con gestos de apoyo mutuo, de un respeto tan cariñoso y almibarado que me hace pensar que en realidad no pueden convivir más de un rato juntos y que, en el fondo, se odian y se envidian sus conocimientos.
Yo estoy solo.
No saben que la mejor manera de estar en una biblioteca es la que mostraría un fugitivo que aquí se esconde porque a este lugar no llegan los policías. Sí, adoptar la actitud de un asesino serial que redacta sus confesiones y se prepara para la fuga definitiva o el suicidio en el único lugar de la ciudad donde hay el silencio necesario para esas tareas vitales.
***
Quienes entran en la Biblioteca primero se comparan con quienes no entran; luego le llega el turno a observar las diferencias que les apartan de los de dentro. No obstante, a muy pocos les preocupa concentrarse en estos mínimos procesos de diferenciación; la mayoría de los lectores se limitan a distinguir a los que se parecen a ellos de los que no, y es natural: al fin y al cabo, su única preocupación tiene que ver con el libro, con los libros, y no con los demás lectores; si no tienen un ansia excesiva por preguntar por el camino, quién sabe, puede que no traten de relacionarse con sus pares, y quizá no deberían hacerlo.
ENIS BATUR, Las bibliotecas de Dédalo
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