domingo, 19 de octubre de 2014

Días de biblioteca I

Lunes 6 de octubre de 2014


En la Biblioteca Central de la UNAM, a las 5:50 de la tarde, veo frente a mí, al pie de los hermosos ventanales que en su parte superior tienen láminas cuadradas de ónix ambarino, a dos jóvenes de mi edad. Ambos ven a través del vidrio que da a los jardines de Ciudad Universitaria. Sus miradas parecen melancólicas, pero si presto más atención a sus gestos, descubro que bromean entre ellos y lucen felices. Son totalmente diferentes. El de la derecha es de estatura muy baja, casi enano. El otro padece gigantismo: enorme, rostro de ogro tierno, cuerpo algo retorcido, lleva en su mano izquierda un bastón ridículamente pequeño, lo cual lo hace ver bondadoso y pobre. Sería mejor que portara un báculo nudoso y grande como él, un caduceo de viejo eremita; le daría un aspecto respetable e interesante que, además, se vería complementado si su amigo se vistiera de don Sebastián de Morra.


Al fondo, la parte superior de los ventanales con los cuadros de ónix

11 de septiembre de 2014

8:45 PM, Biblioteca Central. Desprecio a esa pandilla de estudiosos que, como yo, siempre están en esta biblioteca, todo el día.

La radical diferencia entre mi persona y ellos es que se comportan como si fueran los mejores amigos, se saludan y se despiden con una dulzura repugnante, con gestos de apoyo mutuo, de un respeto tan cariñoso y almibarado que me hace pensar que en realidad no pueden convivir más de un rato juntos y que, en el fondo, se odian y se envidian sus conocimientos. 

Yo estoy solo.

No saben que la mejor manera de estar en una biblioteca es la que mostraría un fugitivo que aquí se esconde porque a este lugar no llegan los policías. Sí, adoptar la actitud de un asesino serial que redacta sus confesiones y se prepara para la fuga definitiva o el suicidio en el único lugar de la ciudad donde hay el silencio necesario para esas tareas vitales.

***

Quienes entran en la Biblioteca primero se comparan con quienes no entran; luego le llega el turno a observar las diferencias que les apartan de los de dentro. No obstante, a muy pocos les preocupa concentrarse en estos mínimos procesos de diferenciación; la mayoría de los lectores se limitan a distinguir a los que se parecen a ellos de los que no, y es natural: al fin y al cabo, su única preocupación tiene que ver con el libro, con los libros, y no con los demás lectores; si no tienen un ansia excesiva por preguntar por el camino, quién sabe, puede que no traten de relacionarse con sus pares, y quizá no deberían hacerlo.
ENIS BATUR, Las bibliotecas de Dédalo 


No hay comentarios:

Publicar un comentario