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Cyril Connolly | |
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Born | 10 September 1903 Coventry, Warwickshire, United Kingdom |
Died | 26 November 1974 (aged 71) London,[1] United Kingdom |
Resting place
| Berwick, East Sussex |
Nationality | English |
Education | St Cyprian's School, Eastbourneand Eton College |
Alma mater | Balliol College, Oxford |
Occupation | Author |
Cyril Vernon Connolly (10 September 1903 – 26 November 1974) was a literary critic and writer. He was the editor of the influential literary magazine Horizon (1940–49) and wrote Enemies of Promise (1938), which combined literary criticism with an autobiographical exploration of why he failed to become the successful author of fiction that he had aspired to be in his youth.
Flores en la tumba de Cyril Connolly
Justo
cuando la iridiscente mediocridad en que plácidamente me apoltrono parecía
haberlo confinado al rincón más olvidado de mi cementerio mental, el fantasma
de Cyril Connolly emergió una noche de la bruma para recitarme ese famoso y
severo fragmento de La tumba sin sosiego donde se lee “que la
función genuina de un escritor es producir una obra maestra y que ninguna otra
finalidad tiene ninguna importancia”.
–Todas las incursiones en el periodismo,
la radio, la propaganda y el cine, por grandiosas que sean, están destinadas a
la decepción —continuó diciendo el singular fantasma, que llamativamente se
presentó montado en una bicicleta y con un par de lémures que le trepan por los
hombros: un espantajo que, como pueden imaginarse, no asusta pero sí inquieta y
aun causa insomnios tormentosos a quien lo escucha hablar.
Y es que durante toda su vida,
insatisfecho consigo mismo, Connolly se reprochó haber desperdiciado su genio
en empresas infructuosas como el periodismo y la búsqueda hedonista de la
molicie. Con el paso del tiempo, muerto y terriblemente frustrado, se convirtió
en ese fantasma que molesta a quienes abrazan el deseo de ser grandes
escritores pero, por pereza, cobardía, temperamento venal o rotunda
incapacidad, se abandonan a la procrastinación, la inactividad o la apresurada
redacción de textos periodísticos, tarea que está, según él, condenada a la
decepción y expulsada sin remedio de la Literatura con mayúsculas.
Lo interesante es que Connolly sí logró
materializar su anhelada obra maestra en ese raro libro que es La tumba
sin sosiego, especie de confesionario desgarrador, cuaderno de notas
epicúreas y brillante ensayo que aborda tanto la ética universal que debe regir
a todo escritor como los cantos de sirena que se encuentran en el camino del
arte. Me pregunto si el fantasma se da cuenta del logro magistral que conquistó
en vida o, por el contrario, vaga entre nosotros con la creencia amarga de
haber malgastado su talento y energía en empresas fútiles. Sospecho que su
condición de alma en pena indica que desconoce su triunfo literario. De ser
así, mucho menos puede darse cuenta de que fueron precisamente las tareas
periodísticas de poca monta que realizó a lo largo de los años las que lo
condujeron, por la ruta oblicua del hartazgo, la incomodidad y la
insatisfacción, a escribir La tumba sin sosiego, ese marmóreo y
venerable sepulcro donde hoy deposito estas flores en honor a su autor, con la
esperanza de que encuentre la paz.
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