miércoles, 13 de noviembre de 2024

Paralelo 25: documentos para un archivo de la industria camaronera

Este texto de mi autoría fue publicado el 16 de marzo de 2023 en la Revista Armas y Letras digital de la Universidad Autónoma de Nuevo León 




Si recapitulo mis pasos, concluyo que llegué al camarón siguiendo el rastro de una pista anotada en mi cuaderno durante una conversación tamalera (era 2 de febrero) con mi primo Marcos Inda. Más que una pista, Marcos me señaló el rumbo de una estrella: Ferretería “Polaris”, en la calle Aquiles Serdán, ahí es el negocio del capitán Antelmo, él vende portulanos y cartas náuticas, dijo. Cuatro días después (en medio sucedió el paréntesis del fin de semana y la visita de Diana, que vino a Mazatlán desde Ciudad de México), entré a la ferretería y conocí al Capitán de Altura Antelmo González Torres, viejo lobo de mar retirado —Ahab de Dios, supe después— a quien le compré la carta S.M. 604, que abarca la mitad inferior de la península de Baja California y todo el litoral de Sinaloa. Un mapa muy hermoso de 123 x 92 centímetros con puertos, islas, bahías, puntas, profundidades marítimas en brazas, coordenadas, abreviaturas. 

Cuando regresé de la ferretería, extendí sobre la mesa mi nueva adquisición y me abismé en las zonas más hondas. Algunos puntos marcaban 2,025 brazas, o sea 3,385 metros de descenso hacia la noche permanente de las criaturas luminiscentes. De esas profundidades emergió de pronto un kaiju de tokusatsu japonés. Jacinta —la gata de Ana La Güera, amiga que me permite vivir en este departamento mientras ella se encuentra de viaje— se había subido a la mesa y caminaba como un Godzilla felino sobre el océano y las cordilleras, olisqueando las bahías de Yavaros, Ohuira y Agiabampo. Husmeó un rato hasta que se detuvo, esfinge, sobre la Bahía de la Paz, y desde ahí se me quedó viendo con sus ojos de cocodrilo. Entonces le hablé, como suelo hacer cuando estamos solas.

—Te voy a leer lo que dice la carta: ´S. M. 604. Publicada en México, D.F., por la Secretaría de Marina, Dirección General de Oceanografía Naval, Talleres Gráficos de la Dirección de Hidrografía. Sexta edición noviembre de 1976. Revisión diciembre de 1997´. 

”Sí, Jacinta, ya vi que es una carta vieja. Pero toca, el papel es nuevo. Una fotocopia excelente. Mira las sierras, la orografía. 

”No, no sabía que se puede consultar en línea el Catálogo de cartas y publicaciones náuticas 2023 de la Secretaría de Marina. De haber sabido, lo hubiera hecho. ¿Crees que me distraigo muy fácilmente? No fui pacheco a la ferretería ni se me olvidó que, para mi investigación sobre la Isla de chivos, necesito el portulano de Mazatlán a escala 1:10,000. Si no lo compré fue porque no había. En serio. Desconfías de mí, me subestimas, crees que mi mente, de por sí digresiva, naufragará en la escala 1:667,680 de esta carta, pero no te daré el gusto. 

”Está bien, lo acepto, no sé muy bien por qué la compré. Me emocioné. La pagué irreflexivamente. Me pasa con frecuencia. Pero eso no es lo importante, Jacinta, sino la disposición para entender las cosas en contextos más amplios. Mira: aquí en el mapa se alcanza a ver, pequeñita, la Isla de Chivos. No creas que la pierdo de vista, por más que me aleje. Con eso basta para permanecer dentro del proyecto, ¿no crees? Claro que sí tendré dinero para conseguir pronto el portulano de Mazatlán. Y también para llevar la computadora con el técnico, pues anda fallando. Este mes que viene, ya verás. 

”Chale, escucha nomás con lo que sales. A veces me orillas a pensar que tú y yo no podemos comunicarnos de ninguna manera. Ya te lo he dicho, tienes que ampliar tus horizontes, no puedes vivir encerrada en este departamento, confinada a tus reducidas variables, sin conocer a otras gatas y gatos. Yo, en cambio, cuando escribo me dejo llevar por el azar y la serendipia. Como en una lectura de tarot, acepté la carta náutica que el Capitán Antelmo Ahab de Dios me ofreció. Ahora me dispongo a leerla. Si te interesa mi debraye, quédate, si no, eres libre de ir a dormir a la cama, como acostumbras. 

”Está bien, pero promete no interrumpir.  

”Mira, concéntrate aquí. Este es el paralelo 25. Un paralelo, como todos, lleno de historias. Una de ellas la escribió Ramón Rubín en su novela El seno de la esperanza, que he estado leyendo en mis visitas a la biblioteca municipal. A partir del capítulo V, las cosas comienzan a suceder a lo largo de este paralelo que cruza el llamado Mar de Cortés entre las islas Altamura, Sinaloa, y San José, Baja California. Una historia de humanos y no humanos. Hay muchos pájaros (alcatraces, gaviotas, pelícanos), tortugas (golfina y cahuama), camarones, calamares, chihuiles, cangrejos, medusas, corvinas, quemadores, papas, lopones. Hay barcos, motores diésel, aparejos, changas, tangones, chinchorros. Hay meteoros. Pero el punto de vista es humano, eso sí. 

”Imagínatelo. Apenas un punto móvil en el paralelo 25, el buque camaronero Santa Martha navega hacia el oeste, rumbo a la Isla San José, con la intención de refugiarse en sus bahías y salvarse de los efectos desastrosos de la tormenta que se anuncia en el sur. Abordo, la ensimismada tripulación traza con sus cuerpos un tenso polígono erótico a punto de estallar en esquirlas de violencia. Ahí van, mecidos por sus propios conflictos, arrullados por el ronroneo del motor y el oleaje, Zoila la tehuana que se embarcó huyendo del yaqui Bacacegua, Cleofas el patrón, Quirico que sueña con vacas, el pavo Andrés, el Trompo amable, el Nene, el feo Chinche y el Chihuile ´que en la cocina se ocupa de arrancar con la uña del pulgar la hueva que el camarón trae adherida entre sus patas, y luego la fríe en una sartén disponiéndose a preparar unas tortas que tienen en ansiosa espera a la tripulación, adicta al platillo´. 

”En el cielo, por el sur, aún lejos, pero cada vez más cerca, se divisa la tormenta anunciada por el Servicio Meteorológico, cuyas consecuencias para el Santa Martha pueden ser fatales debido a que ya casi no lleva combustible, pues en Guaymas se cayeron al agua los tibores de diésel. Todo esto sucede en un contexto —la novela, publicada en 1964, se ubica a finales de la década de 1950— de carestía en la pesca del camarón.  Un contexto de crisis ecológica>pesquera>económica>social>psicológica. ´ El desenfreno en los métodos de recolección, el continuo violar vedas, el destruir criaderos y el acosar indiscriminadamente al crustáceo, la empobrecieron´, escribió Rubín en El seno de la esperanza

”El otro día vi lo mismo en el Archivo Histórico de Mazatlán, hojeando el periódico El Demócrata Sinaloense de 1955. Sin buscarlas, leí varias notas al respecto. Escaneé algunas con mi celular. Mira. 21 de mayo: ´Estando por terminar la presente temporada de pesca, en que como es bien sabido fue muy escasa la producción de camarón, la mayor parte de los barcos que aún están realizando sus viajes con regularidad, esperan únicamente las próximas mareas de este mes para dar por terminadas esas labores, pues actualmente se nota que el crustáceo está ya en el periodo de reproducción, y es en este estado cuando más escasea, de tal suerte que en unos días más no podrán capturar ni las pequeñas cantidades que han estado trayendo hasta la fecha´. 18 de junio: ´La asamblea nacional de la Confederación de Cooperativas aprobó estas resoluciones, combatir a la piratería por todos los medios al alcance de los pescadores, desde las denuncias al Gobierno hasta la acción directa; pedir a Marina decrete vedas para el camarón blanco en alta mar, pues esta industria peligra seriamente. Hace años anualmente se capturaban 10,000 toneladas de ese crustáceo. Ahora, con grandes dificultades, apenas si se pescan 4,500. Es imprescindible —se dijo— que la veda se prolongue de abril a octubre´. 22 de junio: ´Puede llegar a extinguirse el camarón´.” 

—Hoy en día, en México se produce más camarón en granjas acuícolas que el que se pesca en altamar —comentó Jacinta.

—Ya lo sé. Lo vimos juntas en un documental del canal de Youtube de CONAPESCA. No te agüites, nomás que se te quite el miedo a salir a la calle, te llevo a las changueras por dos kilos de camarón y nos metemos a Mariscos Dunia para que nos los preparen, y pedimos pisto, y disfrutamos como crustáceos animados.

Reseña de Drenajes

Esta reseña de mi libro Drenajes se publicó en el número 47. Julio-Septiembre 2023 "Por una literatura inmoralista" de la  Revista Criticismo


 Drenajes


Diego Rodríguez Landeros, Drenajes, Almadía, Ciudad de México, 2021, 158 pp.


Diego Rodríguez Landeros se metió en un caño. En su libro le sigue la pista, como un detective vestido con botas brincacharcos e impermeable, al agua que recorre el Valle de México y la enorme mancha urbana que se extiende sobre él: la lluvia, los grandes proyectos de trasvase acuífero, los ríos apestosos y negros. Como se anuncia desde el título, lo que importa es contar lo que ocurre detrás de las paredes, bajo los cuerpos y los edificios, donde nada puede verse. También están ahí las historias de resistencia, los chinamperos, los defensores del territorio y sus batallas. Late, desde abajo, la posibilidad de un resurgir. De que el agua aparezca de nuevo, rompiendo las tuberías e inundándolo todo. Pero no hay catástrofe, sino una especie extraña de esperanza.

Rodríguez Landeros (Mazatlán, 1988) es un detective del desagüe. Así, Desagüe, se llama su primera obra, una novela en la que ya se dejan ver los temas que el autor ahora recorre desde la no ficción, como si su primer libro fuera una preparación para todo lo que explota o borbotea en estas nuevas páginas.

Así como en Desagüe se necesita de la ficción para entrar en el laberinto de tuberías, la estrategia en el libro que nos ocupa es más bien documental: encontrar quién ha escrito sobre el sistema de aguas de la Ciudad de México y usar su material para escribir. Landeros parece aquí –y él mismo lo dirá en su libro– el que lleva el micrófono en el sonidero y, mientras toca música, manda saludos a los que están bailando.

Pero este no es un libro de ensayos ni un libro de crónicas. No es una colección de relatos de aventuras o reportajes, un collage de citas o de fragmentos, ni una colección de chistes, pero algo tiene de cada uno de estos modos de escritura. No hay nada hecho y derecho en el estilo, más bien al contrario: se parece a un charco revuelto. El estilo, la forma del libro, es laberíntico como su objeto: una red de cañerías. Cada vez que uno cree entender, en la lectura, para dónde va el asunto, qué es, concretamente, lo que uno está leyendo, las aguas cambian, se ponen fangosas. Y es que el autor sabe que estos son tiempos revueltos, y escribe con eso en la cabeza siempre: este no podía ser un libro en donde se nos dicen las cosas bien clarito, y así está bien, qué bueno. La historia del agua en la Ciudad de México será enredada o no será, parece querer decirnos.

Drenajes me hace pensar en el inicio de Seguir con el problema –el libro de Donna Haraway que ya es un clásico de las humanidades medioambientales– precisamente porque nos mete en broncas. Es capaz de meternos hasta el cuello en todo lo que está revuelto debajo de nosotros. Hasta el cuello en nuestra propia suciedad. Seguir con el problema empieza así: “Trouble es una palabra interesante. Deriva de un verbo francés del siglo XIII que significa ‘suscitar’, ‘agitar’, ‘enturbiar’, ‘perturbar’. Vivimos en tiempos perturbadores, tiempos confusos,tiempos turbios y problemáticos”.

Puede ser que en este párrafo de Donna Haraway se oculte la premisa de Drenajes. Se trata de escribir para poder hacerse cargo de un enigma.  De entrar en el agua revuelta para intentar ver algo del problema. Para inventar algo. El detective con botas brincacharcos e impermeable le muestra al lector el laberinto del agua en la ciudad  para que pueda empezar a recorrerlo, o hasta empezar a vivirlo.   

La biblioteca de la UNAM, la matanza de Tlatelolco, Diego Rivera, un cineasta-servidor público, un dictador rumano, y dos de los presidentes más gachos que nos ha dado el PRI. La búsqueda del Plan Maestro del alcantarillado de la Ciudad de México. Una mamá muriendo de cáncer, la crónica de un día sembrando en la chinampa, una playa en Mazatlán que se llama El Cagadazo y la aparición de un pájaro que se creía extinto desde hace cuatrocientos años. Un montón de libros, un trabajo de lectura amplio y profundo.

Drenajes es una lista heteróclita de estrategias y temas, una lista loca, revuelta, como la que podrían conformar los objetos encontrados un día cualquiera si uno se pone a pescar en la orilla del río de los Remedios, que cruza Ecatepec, tóxico, podrido y negro.  Muchos de nosotros haríamos cara de asco nada más por pasar al lado de un basurero municipal con las ventanas del carro abajo. Se puede escribir poniendo esa cara. Landeros –y aquí está toda su ética de escritura– trabaja para poner el gesto opuesto: no el del santo redentor que va a limpiarlo todo, ni el de la Magdalena llorando, ni una cara de terror, y mucho menos una de impasibilidad zen, sino una cara sonriente, una cara a punto de soltar la carcajada. Ante la tragedia –que solo puede terminar en muerte, dolor y lágrimas para todos– la risa salvadora de la comedia. La risa que permite sobrevivir.

Todo buen libro tiene su doppelgänger, y el gemelo malvado de Drenajes se llama El Capitaloceno de Francisco Serratos (UNAM, 2018). Seguramente un libro útil —rastrea los orígenes de la crisis climática desde la expansión europea, de conquista y comercio, en el siglo XV, y se sigue derecho, repasando horror tras horror, crimen tras crimen de la humanidad blanca contra los otros habitantes del mundo, hasta nuestros días. Un libro útil, pero también horrible, quejumbroso, paralizante y depresivo en el peor de los sentidos. Justo el feeling opuesto a lo que necesitamos, que es movernos, destapar el caño de todo esto.

Mejor, la verdad, quedarse de este lado del espectro del discurso ecológico: el de la risa loca, un poquito cínica tal vez, pero esperanzadora. El otro, el tono trágico-catastrofista, aunque trae un mensaje que no podemos nada más deshechar (y que básicamente dice siempre, en varios registros: está cabrón wey, todo es horrible, ya valió, nacer fue un error) es un mensaje peligroso. Lleva a la culpa, a la inmovilidad, a la indolencia, a la desesperanza y a la muerte. A una muerte not with a bang but with a whimper, como dice T. S. Eliot en The Wasteland, que es sin duda uno de los abuelitos literarios de Diego Rodríguez Landeros. Mejor la risa loca-cínica-salvadora, ¿no?

Aunque este libro no plantea soluciones concretas –no hay receta fácil para limpiar este desastre– en esa risa hay mucho de agua limpia, mucho de ecológico, de posibilidades para un resurgir. Si hay una solución esta aparecerá en lo común, en la resistencia común, en el cuidado de todos para todos. Reirse solo es dificil aunque esté buena la broma. En realidad el chiste nunca se cuenta solo. Necesitamos de los otros.

Drenajes, al final, es un boleto extraño, escurridizo, sucio y apestoso, con rumbo a la esperanza. O con rumbo a algo parecido a la esperanza. Una esperanza que también es escurridiza y sucia, revuelta. Pero esperanza a fin de cuentas. El libro da permiso, nos recuerda que podemos vivir con todo esto, que podemos seguir con el problema y ver qué hacer con él, encontrar formas de destapar el caño entre todos.

lunes, 14 de febrero de 2022

El libro que estoy escribiendo

 


Ixtab e Indra, lxs dos protagonistas de esta obra, se conocen en un punto de la Ciudad de México desde donde es posible observar la Danza del volador (Voladores de Papantla) realizada en la antena de la Torre Latinoamericana.

            El encuentro de los protagonistas y la danza en la punta del rascacielos es la escena que, de forma distinta, pone en marcha la trama de cada uno de los tres “libros” que conforman esta obra: “Libro verde: flores y comida”, “Libro rojo: los incendios” y “Libro azul: la lumbrera”.

Salvo el villano Manuel Maples Arce Mussolini Junior, que aparece en los tres libros encarnando distintos avatares de sí mismo, cada "libro" está poblado por personajes secundarios endémicos, de carácter tanto realista como fantástico, que pueden llegar a crecer hasta el grado de eclipsar, en pasajes enteros, a Indra e Ixtab.

Por su parte, lxs protagonistas son siempre las mismas personalidades, pero con biografías y circunstancias modificadas. Indra e Ixtab: dos adultos jóvenes (30 años) que visten con mucho estilo, sin comprar jamás ropa de fast fashion, sino pura paca de tianguis.

La relación que se establece entre ambos es, en cada ocasión, distinta y constituye una historia que funciona como centro melodramático en cada “libro de color”. En alguna de las variantes, por ejemplo, llegan a ser colegas investigadores y mejores amigues, mientras que, en otra, solo se conocen y se despiden porque Ixtab marcha a la guerrilla.

El intrigante desarrollo de cada centro melodramático (la oscilación entre el romance y la locura) está ligado, a veces de manera subordinada, al esclarecimiento de la principal cuestión detectivesca de la novela: ¿quiénes y por qué danzan en la punta de la Torre Latinoamericana?

Investigadores, cómplices, pertenecientes a bandos distintos o simples testigos, Indra e Ixtab se involucran siempre en la resolución de esas preguntas.

Los hechos que sirven para develar en cada “libro” el misterio de la danza en la torre, son premeditadamente rocambolescos y librescos. Por la parte rocambolesca, hay ataques de monstruos, explosiones, narcotráfico, hierofanías, escenarios extraterrestres, conspiraciones gubernamentales. Por la libresca, los mismos hechos refieren con frecuencia a fuentes bibliográficas acerca de los significados y las variantes de la Danza del volador en Mesoamérica.

Por eso último —y por la división en tres libros de colores—, la presente obra recuerda al Diccionario jázaro de Milorad Pavić; también se lee como un léxico, en este caso, acerca de la Danza del volador, bixom t´iiw (“danza de los gavilanes”) en lengua tének.

Pasando a otra cosa, la presente obra es también un ejercicio prosístico generado a partir de las palabras flores, comida, incendios y lumbrera, así como un ensayo sobre la confusión de las aves.

Su extensión actual es de 278 cuartillas. Yo calculo que faltan 38 para que la distribución de las partes quede simétrica.

La danza de los gavilanes se adscribe a los géneros narrativos cuento y novela.

miércoles, 9 de febrero de 2022

Mesclapique o mexclapique: apuntes y fragmentos

 “Método de este trabajo: montaje literario. No tengo nada que decir. Solo que mostrar. No hurtaré nada valioso, ni me apropiaré de ninguna formulación profunda. Pero los harapos, los desechos, esos no los quiero inventariar, sino dejarles alcanzar su derecho de la única manera posible: empleándolos”, Walter Benjamin, “N [Teoría del conocimiento, teoría del progreso]” en “Apuntes y materiales”, Libro de los pasajes¸ Madrid, Akal, 2005, p.460 ■ Método del experimento ■

 

Dibujo de la mexclapique en el Cuaderno negro

“Como muchas otras cuestiones, el tema de la ictiofauna de la Cuenca tiene muchos problemas abiertos. ¿Cuáles y cuántos peces había en las aguas de qué lagos? De la información que discutiré a continuación se deduce que había una población piscícola sumamente elevada”, Gabriel Espinosa, “4. Los peces del lago” en El embrujo del lago, UNAM, México, 1996, p. 115 ■ ¿Cuáles y cuántos? ■ Precisión imposible ■ Cantidades ■ Variedades ■ Semejanzas ■ Grupos ■

 

Abordada en el taller de la escritura, la cuestión del mesclapique presenta dilemas ortográficos.

                 Muchas personas suelen escribir mescalpique (el corrector de Google Drive así lo sugiere), quizá para evitar el doble sonido consonántico cl que, sumado al de por sí complejo x, altera la castiza pronunciación del castellano ideal. A mí se me antoja que la forma correcta es con cl: mexclapique.  

                 El asunto de la segunda consonante es menos claro. Existen al menos tres maneras de escribir la palabra: mexclapique (por amor a la Santa Cruz x, la opción que yo prefiero), mezclapique mesclapique, como postula el Diccionario de Mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua con base en una cita de Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno:

 

Uno de mis muchachos está sentado en un puesto cercano al de Cecilia, comiéndose un taco de mesclapiques con aguacate.

                

                 La cita de Payno me abrió el apetito. No aguanté las ganas y me fui a pescar mexclapiques en Los bandidos de Río Frío. Hasta el día de hoy, 22 de noviembre de 2021, solo he leído el primer tomo (713 páginas; me faltan mil). Sin embargo, no me quejo porque, desde el inicio, la pesca fue buena. En la página 38, por ejemplo, encontré lo siguiente:

 

Cuando las dos Marías [Jipila y Matiana] establecieron con cierto crédito su nuevo comercio, mucho más lucrativo y noble que el de los mosquitos y acociles, abandonaron el pueblecillo de las Salinas y vinieron a residir a Zacoalco. Situado en la falda de una serranía desolada cubierta de abrojos, y en las márgenes áridas de color ceniza del lago, nada tiene de agradable, pero para ellas era una gran capital y estaban como quien dice ´en su centro´, cerca del lago, que constituía su despensa. Con el mosquito, y en caso apurado ranas, mesclapiques 3 y acociles, tenían para comer; y si caía algo en dinero, lo dedicaban al maíz, leña y manta.


Es interesante observar que, en esa época (principios del siglo XIX), los lagos de la Cuenca de México constituían “la despensa” de amplios sectores de la población. Otra cosa digna de notar es que el propio Payno escribió con cursivas la palabra mesclapiques, y además le colocó una nota aclaratoria que define de la siguiente manera el objeto ictiológico del que nos ocupamos: “3Pescados que abundan en los lagos; son muy pequeñitos”.
■ ¿Tan pequeñitos como gusarapos? ■

 

El mesclapique “tiene una importancia histórica destacada por ser el primer pez nativo descrito por un investigador mexicano,” https://www.naturalista.mx/taxa/101459-Girardinichthys-viviparus) ■ ¿¡Viva México!? ■


“Mesclapique -- Girardinichthys viviparus (Bustamante). Sin duda el pez nativo más ampliamente distribuido en el Valle de México, además del más abundante. Bustamante, en 1837, lo encontró en lagunas y acequias de México. Según Álvarez del Villar y Navarro (1957) es el primer pez descrito por un mexicano. No dudamos que por la fecha de descripción sea incluso el primer vertebrado descrito por un naturalista mexicano”, biólogo Pedro Reyes Castillo, “Fauna de la Cuenca del Valle de México” en Memoria de las obras del Sistema de Drenaje Profundo del Distrito Federal, Tomo I “Descripción de la Cuenca”, Departamento del Distrito Federal, México, D.F. 1975, p.157 ■ El pez más abundante del Valle de México ■ El lugar número uno ■ ¿Será cierto? ■


Taco de mexclapiques con aguacate


 Indra: El primer pez descrito por un mexicano. Esa afirmación me deja con la boca abierta y el ojo cuadrado.

Pájaro Al-Dabi: Es como decir que antes de 1837 (año en que don Miguel Bustamante y Septiem publicó en el tomo II del Mosaico Mexicano su artículo “Descripción del Mexclapique (Cyprinus viviparus)”), ningúnx otrx mexicanx se aventuró jamás a emprender ninguna expresión verbal o gráfica acerca de ningún pez.

Indra: El problema, desde luego, es nominal. No gratuitamente se mencionó al comienzo de este texto el hecho de que Abraham, el director ejecutivo de El show de cocina con títeres más popular del lago de Texcoco, sostenía en su mano derecha el poemario El otro, el mismo, de Borges. Y es que Abraham, conocido por sus muchos y fieles seguidores como “El Sabio Más Chido de Chimalhuacán”, había leído en voz alta el poema titulado “El Golem” antes de comenzar la grabación: “Si (como el griego afirma en el Cratilo) / el nombre es arquetipo de la cosa, / en las letras de rosa está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo”.

Pájaro Al-Dabi: ¡Ajajá! Sí es cierto: has realizado una buena conexión ensayística. Lo que Bustamante hizo al describir, clasificar y nombrar científicamente a ese pez, fue un intento por crear un arquetipo convencional (aceptado por una comunidad internacional, pretendidamente racional y claramente occidental) que iluminara y abalara la existencia de dicho animalito, antes perdido bullendo a madres en el fango lacustre de la indistinción y la premodernidad (según los parámetros de la ciencia decimonónica). Como el Judá León del poema, Bustamante “se dio a permutaciones / de letras y a complejas variaciones / y al fin pronunció el Nombre que es la Clave”: Mesclapique, Cyprinus viviparus.

Indra: Eso nos coloca de golpe en el camino de la sospechosa semejanza fonética entre los verbos describir descubrir, con las implicaciones coloniales que se han desprendido de ese binomio desde el mal llamado “Descubrimiento de América” y su género literario consecuente: las Crónicas de Indias. Teniendo en cuenta, pues, el aspecto colonial del asunto, no debemos olvidar que descubrir describir, aunque originalmente ceñidos al ámbito de la epistemología, son acciones que, acaso involuntariamente, terminan más temprano que tarde al servicio de la dominación y el saqueo capitalista administrado desde la Metrópoli.

Pájaro Al-Dabi: De ahí la discusión que tú y yo hemos tenido acerca de la necesidad de subvertir, o al menos abordar de forma crítica, la figura del “cronista de indias”. Para mí, la única manera viable de hacerlo es rehuyendo del realismo a través del ensayo literario y el Gallito-Pericón, es decir escapando en bicicleta con el libro Ocaso de sirenas esplendor de manatíes dentro de la mochila rumbo al país de los pájaros fantásticos, única hybris comprensible y perdonable en un “cronista de indias”.

Indra: Suscribo tu idea. De hecho, yo salgo a la ventana unos minutos cada hora a cotorrear como gallo cantor. Y también creo con firmeza que no todos lxs cronistas de indias eran obrerxs alienadxs en la gran maquila del colonialismo rapaz. Sin duda muchxs realizaron sus investigaciones enamoradxs aullándole al cielo en celo, como estoy casi segurx que hizo don Miguel Bustamante y Septiem cuando describió al mesclapique, ese tierno pececillo de dos pulgadas las hembras.

Pájaro Al-Dabi: Podríamos discutir largamente ese punto. Yo también creo que las investigaciones se realizan por amor. Al menos las investigaciones chidas, aquellas cuya motivación principal no es el interés pecuniario, las cuales, hay que decirlo, son muchísimas, pues, contrario a lo que suele creerse, la gente emprende todo el tiempo proyectos sin finalidades capitalistas, por el puro gusto de entender fragmentos del mundo, generar parentescos, dejar constancia de la destrucción, lanzar botellas al mar, ocupar lúdicamente el tiempo, cuidar entidades o reunirse con amigxs humanxs y no humanxs para echar el taco y el pulque.

Pájaro Al-Dabi: ¡Salud por eso! Oye: ¡qué buen mezcal, eh! Está fino; entumece la lengua.  Yo le cambiaría el nombre y lo llamaría mesclal.

Indra: ¡Salud, pájaro! Volviendo al punto, a mí me viaja muchísimo el hecho de que las investigaciones desinteresadas, amorosas y afectivas, sean susceptibles de terminar como herramientas del despojo en manos de las fuerzas malignas de la destrucción capitalista. ¿Es algo que se encuentra fuera del control de quienes investigamos? La cuestión me genera ansiedad.

Pájaro Al-Dabi: Al respecto, creo haber alcanzado la apatheia. Unx hace algo y después lo libera en el agua de la comunicación humana, ese espacio inabarcable, pletórico de infinitas causas y efectos y eutroficado con interpretaciones rizomáticas sobre las cuales no ejercemos —no podemos hacerlo— ningún tipo de control, más allá del que consigamos volviéndonos flores.

Indra: Apatheia, el concepto estoico que mencionó El Epazote. Se refiere al estado mental alcanzado por una persona cuando distingue los eventos sobre los que su voluntad tiene control de los que no. Así mismo, se trata de una disposición anímica que evita generar interpretaciones, culpas y recriminaciones a propósito de los infortunios inevitables que trae la vida: la enfermedad, el dolor, el incendio, la peste y la muerte; y también vanaglorias a propósito de las siempre fugaces prosperidad, salud y felicidad.

Pájaro Al-Dabi: Creo entender la confusión confesada por El Epazote. Más allá de la niebla generada por la similitud fonética con la palabra apatía (son cosas distintas), la dificultad que postula la apatheia radica en discernir entre eventos naturales de los que no lo son. Tú mencionaste “el incendio, la peste, la muerte”, y yo me pregunto qué tanto de ellos se encuentra ligado a nuestra voluntad. Hoy sabemos que muchos desastres naturales (el peligro de extinción al que ha sido orillado el mesclapique, por ejemplo) son causados por acciones humanas dependientes de voluntades concretas.

Indra: La potencia de la apatheia está en saber ubicar el propio cuerpo dentro de las causas y efectos del mundo. ¿Tú cuerpo es responsable de la extinción del mexclapique? No, al menos no de una forma ligada directamente a tu voluntad. ¿Tu cuerpo puede hacer algo para ayudar al mesclapique? Quizá, si se desplaza radicalmente y en su camino desplaza a otros muchos cuerpos. ¿Tu cuerpo debe ser pasto de pasiones por la situación crítica del mesclapique? Yo diría que no, si tales pasiones se traducen en ansiedad, tristeza, odio; y diría que sí, en caso de que movilicen tus energías creativas.

Pájaro Al-Dabi: Ya, sí, sí, sí, cámara, va, chido, arre, yastás. Tus palabras me han hecho pensar que una estrategia efectiva para las investigaciones artísticas amorosas es la instilación ininterrumpida de ficción, debraye, poesía y locura hasta que la solución artística cripto-fantástica corroa el matrimonio mefistofélico del saber y el colonialismo capitalista.

Indra: Coincido contigo: la literatura, el pensamiento y el arte de la vida diaria son, al menos idealmente, agentes disruptivos en los circuitos del capital, aunque, como tú bien sabes, el mismo capital quiere a toda costa asimilarlos y por eso el arte siempre debe estar a salto de mata.

Pájaro Al-Dabi: Ya lo sé, ¡caray! Por eso mismo voy a sacar de su jaula al Gallito Pericón.

Indra: Por cierto, pájaro, ya que hablas de pájaros, ¿sabías que don Miguel Bustamante publicó en el Mosaico Mexicano un artículo titulado “Ornitología. El censontle (Turdus polyglotus)”?

Pájaro Al-Dabi: ¡Ah, caray, no lo sabía, cuéntamelo todo!

                 […]

 

Miguel Bustamante y Septiem, “Descripción del Mexclapique (Cyprinus viviparus)”, tomo II del Mosaico Mexicano, p.116, imprenta de don Ignacio Cumplido, México, 1837:

Este pescado comunísimo en las lagunas y acequias de México se diferencia de otras especies porque la [aleta] dorsal y la anal constan de 14 a 16 radios y la caudal de 28 a 30. Tiene el cuerpo de una y media a dos pulgadas de longitud, de color parduzco en el dorso y blanquecino todo lo demás, está lleno de fajas blancas que varían en amarillas cuando se infunde en aguardiente para conservarlo.

     El abdomen es blanco y muy ensanchado en las hembras cuando se hallan próximas al parto, si en esta época se comprime el abdomen, sale una bolsa que contiene de 20 a 30 pescaditos que nadan con mucha velocidad.

     El vulgo conoce a este pescado como mexclapique.

     Abunda dicho pescado en los contornos de México, tanto en las aguas corrientes como en las encharcadas, procrea en todos los tiempos, y se vende con frecuencia en las plazas y mercados; aunque su consumo es entre la gente pobre, suele comerse todo entero cuando son pequeños, y despojados de la cabeza y cola cuando son grandes; se preparan de varias maneras y no es desagradable su sabor si se le junta con una buena salsa.

 

El arte de la ficha bibliográfica en el texto “La vida y la obra de don Miguel Bustamante y Septiem”, de Manuel Maldonado Koerdell, Revista de la Sociedad Mexicana de Historia Natural, Vol. I, Núm. 3, agosto, 1940:

 

La “Memoria instructiva para colectar y preparar para su transporte los objetos de Historia Natural”, es un folleto escrito por Bustamante y publicado por Cumplido, en México, en 1839. En sus 29 páginas se leen: una dedicatoria al ilustre Conde de la Cortina fechada en abril de 1838, un corto prólogo y una serie de instrucciones para preparar aves, mamíferos, reptiles, “pescados”, “crustacios”, insectos y “molluscos” en lo que se refiere a los animales y para formar herbarios, conservar semillas, frutos, maderas y raíces, obtener gomas, resinas y otros productos vegetales. Termina con unas cuantas líneas dedicadas a la recolección de Criptógamas y minerales.


Cuando me vaya al mundo de los pájaros fantásticos no debo olvidar la “Memoria instructiva” de Bustamante. 

 

Hoy en día, la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza considera al mexclapique en Peligro Crítico de Extinción, lo que quiere decir que el pez ha mostrado “una fuerte caída de entre un 80% y un 90% de su población en los últimos 10 años o 3 generaciones, fluctuaciones, disminución o fragmentación en su rango de distribución geográfica, o una población estimada siempre menor que 250 individuos maduros.”

 

Lo que aparece en el lugar de lo que desaparece.

                 De la misma forma como se aborda críticamente la figura y la labor de lxs “cronistas de indias”, el concepto EXTINCIÓN se toma con pinzas. Este ha sido utilizado como justificación para apoderarse de territorios y recursos. Algunas zonas en las que se ha declarado la extinción de ciertas especies son susceptibles de sufrir un cambio de uso de suelo con fines extractivos bajo el pretexto de que “ya no hay nada que proteger-conservar-dejar vivir porque ya se extinguió.”

                 Casi siempre, lo que se chinga primero es el hábitat, no las especies directamente, sobre todo si estas no tienen un interés comercial importante. Las especies resisten, literalmente, hasta morir.

                 Del mesclapique y su resistencia vale la pena señalar la siguiente observación de Gabriel Espinosa:

Resalta también la vitalidad del Girardinichthys viviparus, especie antes endémica de la Cuenca de México que se las ha arreglado nada menos que a través del drenaje para colonizar el río Tula. Tal vez algo que le ayuda es que su alimentación es de tipo mixto y consiste en diversas sustancias vegetales y larvas acuáticas de insectos. 

     [Las negritas son mías]

 

Drenaje: “De uno de sus costados salían seis largos tubos que llevaban el agua, a chorros, del estanque al río [...] El gran tubo se conectaba de forma enigmática con la fuente infernal; era como si estuviera sodomizando en secreto algún orificio tecnológico escondido; como si le provocara un orgasmo a un monstruoso órgano sexual (la fuente). Un psicoanalista podría decir que el paisaje mostraba tendencias homosexuales, pero yo no daré una conclusión antropomórfica tan burda. Solo diré: Estaba ahí”. Robert Smithson, “Un recorrido por los monumentos de Passaic, Nueva Jersey”, en Selección de escritos, Alias, 2009, México, p. 91. ■ Drenaje venéreo ■


En el caso del drenaje de la Cuenca de México y de la fuga del mexclapique (la eyaculación de peces diminutos en otra cuenca hidrológica) a través del tajo de Nochistongo o el túnel de Tequixquiac, se podría hablar de algo simultáneamente venéreo y geológico.

Habla El Epazote:

                 —El pueblo mexclapique se encuentra en permanente y heroico estado de resistencia (luchando por su vida, su casa y su comida), como nosotrxs mismxs y como todxs ustedes, pues, ¿acaso dudan de que estar aquí, cocinando estos platillos antiguos de honda raíz biocultural, en compañía de ingredientes hermosos y personas bellas, sea una declaración de lucha, un acto de agonismo político?

Otra diferencia entre el tamal y el tlapique es que, durante la preparación, el tlapique prescinde el vapor de agua como agente de cocción y en su lugar echa mano del tlecuil y el comal, a cuyo ardor son relajados los tlapiques hasta que las hojas de maíz se chamuscan y el interior queda bien cocido. Un tlapique es, pues, un tamal tatemado.

“Cuando María Jipila acababa de despachar a sus marchantes y tenía ya el ceñidor repleto de cuartillas, de pesetas y reales lisos, descansaba un momento, sacaba una gorda de elote y un tamalito de mesclapiques, unos chiles verdes, picantes como la lumbre y un poco de sal, y comía que daba gusto”, Manuel Payno, Los bandidos de Río Frío, capítulo III “Las brujas”.

                 Cabe preguntarse si lo que sacaba María Jipila no era un tamalito sino, en realidad, un tlapique de mexclapiques.



Tlapique de mexclapiques
Tlapique de mexclapiques que me regaló Luigi Amara