Cuando se está bajo el influjo de la mariguana (como ahora
mismo), los mecanismos mentales se vuelven más caóticos y las ideas más
irrecuperables. En su estudio sobre los efectos del hachís, Baudelaire llamó rapsódicos a los pensamientos
narcotizados. Con ese adjetivo se refería tanto a los relatos compuestos por
fragmentos misceláneos, como a la figura del rapsoda, recitador de epopeyas.
Una historia contada por alguien que junta retazos de otras historias, tal es
lo que sucede en la mente cuando se consume mariguana. Eretismo neuronal.
¿Dónde surgió la idea que ahora me ocupa?, se pregunta, perplejo, el mariguano,
y su duda es en el fondo una preocupación por el origen de los pensamientos.
Preocupación irresoluble porque ninguna idea, por independiente y disparatada
que parezca, surge de la nada sino que es derivación de una previa que a su vez
se originó en una anterior surgida de otra y otra: vertiginoso regressus que se remonta al primer
impulso mental ocurrido al nacer o incluso antes. Derivaciones y
contaminaciones de la primera sinapsis. Se necesitaría una memoria portentosa
para llegar a ella, pero si alguien lo lograra se disolvería en su espantosa
simpleza, semejante a una cegadora sensación amniótica. Aunque, bien vista, esa
idea primordial no es el kilómetro cero de todas las ideas: su origen es previo
a su propia existencia, se encuentra en la carga genética heredada de los
antepasados, en la paulatina y paciente evolución que todos los seres vivos
comparten, en la reminiscencia de los reptiles o en el sustrato ictiológico, en
la forma de organización de las bacterias, en reacciones químicas sucedidas
hace millones de años en los abismos de mares primitivos. Un pasado remoto que
contiene en potencia todo lo que ocurre en la mente humana.
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