miércoles, 2 de mayo de 2012

Cada quien sus vicios


Uno de mis propósitos para el año 2012 es desacreditar a los criticones. Sé que mi propósito se adivina arduo ya que la denuncia de los defectos de los demás es un fenómeno casi omnipresente en nuestra sociedad mexicana, sin embargo, tengo una estrategia para lograrlo: cada vez que escuche a alguien enumerar los vicios de una persona, opondré un par de ideas para apoyar al acusado. Las siguientes líneas constituyen mi primer ataque.

Defenderé en este caso a los que, después de haber participado con entusiasmo en el épico maratón parrandero Guadalupe-Reyes, ven de inmediato incumplido su juramento de no volver a emborracharse durante el año que comienza. Son ellos presas llamativas para la censura de las buenas conciencias. Se les acusa de tener una voluntad débil, de ser incumplidos, viciosos, irresponsables… Yo los apoyo con base en tres razones. La primera es que me pasa lo que Augusto Monterroso cuenta en su fábula “El Mono que quiso ser escritor satírico”; dicho animal supo que no podía criticar algo sin resultar odioso: “elaboró una lista completa de las debilidades y los defectos humanos y no encontró contra quién dirigir sus baterías, pues todos estaban en los amigos que compartían su mesa y en él mismo”. La segunda razón es de orden histórico y sagrado: en el capítulo XXII del libro primero de la Historia general de las cosas de la Nueva España, fray Bernardino de Sahagún dice que en el México prehispánico el pulque estaba mal visto porque producía efectos negativos en quienes lo tomaban. Lo interesante es que las actitudes de los borrachos no se podían castigar ni criticar porque se consideraban obras del dios del vino, llamado Tezcatzóncatl; el que ofendía a un alcohólico, ofendía al dios. Yo no quiero esa desgracia para mí. La tercera razón, la más poderosa, es que una de mis bebidas favoritas es la cerveza, y me parece una mala decisión dejar de tomarla, pues creo con firmeza en una frase de Benjamín Franklin que, dicen, se lee en la puerta de un bar de San Diego: “La cerveza es la prueba de que Dios nos ama y quiere que seamos felices”.


Los detractores del alcohol nunca me han caído bien. Ignacio Solares cuenta acerca de uno de los peores, Plutarco Elías Calles quien, como se lee en la novela El Jefe Máximo (2011), fue designado por Venustiano Carranza en 1915 gobernador de Sonora. A los pocos días de su gobierno, Calles prohibió el consumo y la venta de alcohol en el estado, e impuso penas de cinco años de cárcel para los infractores de la nueva ley. Al poco tiempo, la situación se salió de control: las cárceles se llenaron y hasta se fusiló a unos cuantos borrachines. Lo que nadie imaginaba era que él padecía alcoholismo. “Fue el vicio de mi padre y por lo visto lo heredé[…]. Nunca me han interesado mayor cosa las mujeres ni el dinero, carajo, pero el alcohol me derrota siempre que lo empiezo a beber”, admite en la novela el entonces gobernador de Sonora.

¡Qué diferencia, en cambio, con el gran Charles Lamb y su ensayo “Confesiones de un borracho”! Dicho texto es la única diatriba contra el vino que me agrada. Explico el porqué. La palabra confesión implica ya un cambio de tono, la eliminación de lo reprobatorio, una especie de disculpa, de justificación pudorosa basada en la experiencia. Porque sólo el que ha vivido determinada situación tiene derecho a criticarla; y nunca lo hace apoyando la prohibición, jamás sataniza. Lamb, por ejemplo, antes de hablar de los supuestos efectos negativos que tiene el alcohol en las personas, pide que nadie juzgue con dureza sin entender las razones por las que alguien puede convertirse en alcohólico: “Oh, tú, terco moralista, de intrépidos nervios y cabeza fuerte, cuyo hígado se halla felizmente intacto, detente […]; cuánta aprobación, cuánta humana tolerancia podrías virtuosamente mezclar con tu reprobación. No te cebes con las ruinas de un hombre”. Si cada uno, antes de lanzarse a castigar y censurar los defectos de los demás, se limitara a criticar sus propios vicios, muchos conflictos se evitarían. Charles Lamb, cuando menciona al individuo que tiene problemas a causa de la bebida, dice: “¿Por qué habría de vacilar en confesar que soy yo ese hombre del que hablo?”.


Hay mucha gente que tiene alma de monja amargada. Para ellos todo está mal, todo es inmoral, en todo hay descuido, suciedad. Son los que regañan a los niños si no tienden bien su cama, los que amonestan cualquier falta de ortografía. No pueden ver que una muchacha guapa se bese con más de un galán porque no tardan en señalarla con un dedo condenatorio. Olvidan que San Agustín, en sus Confesiones, dijo que nadie peca sin algún motivo y que al incurrir en lo que se considera el pecado de la lujuria –que él mismo cometió en su juventud- “no se puede negar que los cuerpos tienen algún brillo y hermosura, como el oro, la plata y los demás [metales preciosos] son agradables y graciosos a la vista”. Acusar al prójimo es lo más fácil que se puede hacer, pero también lo más mediocre y mezquino si no se tiene en cuenta que todos somos susceptibles de caer en tentación, que todos podemos incumplir una promesa o equivocarnos a cada momento. William Hazlitt, que por cierto fue gran amigo de Lamb, hace la siguiente reflexión lapidaria: “¿Acaso el amor a la virtud denota el afán de descubrir o enmendar nuestras propias faltas? No; lo que hace es tratar de expiar la tenacidad de nuestros propios vicios con una intolerancia virulenta hacia los ajenos”. Por eso yo, cuando escuche a alguien injuriar a un borracho por haber recaído en el alcohol, levantaré mi voz y le diré que, en lugar de penalizar las debilidades de los otros, aceptemos que cada ser humano tiene un vicio a su medida y que éste, al igual que su mejor don, lo define como individuo.

Dos consejos: dejemos la crítica y, como dijo Charles Baudelaire, “De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo, pero emborrachaos”.

 

(Publicado en enero del 2012 en Vícam Switch: http://www.vicamswitch.com/hemeroteca/ )

1 comentario:

  1. La razón para respetar las decisiones personales, la plasma de una manera concreta, divertida e inteligente, este prometedor escritor. Todos tus escritos me han parecido de lo mejor. Adelante!!!

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