miércoles, 13 de noviembre de 2024

Paralelo 25: documentos para un archivo de la industria camaronera

Este texto de mi autoría fue publicado el 16 de marzo de 2023 en la Revista Armas y Letras digital de la Universidad Autónoma de Nuevo León 




Si recapitulo mis pasos, concluyo que llegué al camarón siguiendo el rastro de una pista anotada en mi cuaderno durante una conversación tamalera (era 2 de febrero) con mi primo Marcos Inda. Más que una pista, Marcos me señaló el rumbo de una estrella: Ferretería “Polaris”, en la calle Aquiles Serdán, ahí es el negocio del capitán Antelmo, él vende portulanos y cartas náuticas, dijo. Cuatro días después (en medio sucedió el paréntesis del fin de semana y la visita de Diana, que vino a Mazatlán desde Ciudad de México), entré a la ferretería y conocí al Capitán de Altura Antelmo González Torres, viejo lobo de mar retirado —Ahab de Dios, supe después— a quien le compré la carta S.M. 604, que abarca la mitad inferior de la península de Baja California y todo el litoral de Sinaloa. Un mapa muy hermoso de 123 x 92 centímetros con puertos, islas, bahías, puntas, profundidades marítimas en brazas, coordenadas, abreviaturas. 

Cuando regresé de la ferretería, extendí sobre la mesa mi nueva adquisición y me abismé en las zonas más hondas. Algunos puntos marcaban 2,025 brazas, o sea 3,385 metros de descenso hacia la noche permanente de las criaturas luminiscentes. De esas profundidades emergió de pronto un kaiju de tokusatsu japonés. Jacinta —la gata de Ana La Güera, amiga que me permite vivir en este departamento mientras ella se encuentra de viaje— se había subido a la mesa y caminaba como un Godzilla felino sobre el océano y las cordilleras, olisqueando las bahías de Yavaros, Ohuira y Agiabampo. Husmeó un rato hasta que se detuvo, esfinge, sobre la Bahía de la Paz, y desde ahí se me quedó viendo con sus ojos de cocodrilo. Entonces le hablé, como suelo hacer cuando estamos solas.

—Te voy a leer lo que dice la carta: ´S. M. 604. Publicada en México, D.F., por la Secretaría de Marina, Dirección General de Oceanografía Naval, Talleres Gráficos de la Dirección de Hidrografía. Sexta edición noviembre de 1976. Revisión diciembre de 1997´. 

”Sí, Jacinta, ya vi que es una carta vieja. Pero toca, el papel es nuevo. Una fotocopia excelente. Mira las sierras, la orografía. 

”No, no sabía que se puede consultar en línea el Catálogo de cartas y publicaciones náuticas 2023 de la Secretaría de Marina. De haber sabido, lo hubiera hecho. ¿Crees que me distraigo muy fácilmente? No fui pacheco a la ferretería ni se me olvidó que, para mi investigación sobre la Isla de chivos, necesito el portulano de Mazatlán a escala 1:10,000. Si no lo compré fue porque no había. En serio. Desconfías de mí, me subestimas, crees que mi mente, de por sí digresiva, naufragará en la escala 1:667,680 de esta carta, pero no te daré el gusto. 

”Está bien, lo acepto, no sé muy bien por qué la compré. Me emocioné. La pagué irreflexivamente. Me pasa con frecuencia. Pero eso no es lo importante, Jacinta, sino la disposición para entender las cosas en contextos más amplios. Mira: aquí en el mapa se alcanza a ver, pequeñita, la Isla de Chivos. No creas que la pierdo de vista, por más que me aleje. Con eso basta para permanecer dentro del proyecto, ¿no crees? Claro que sí tendré dinero para conseguir pronto el portulano de Mazatlán. Y también para llevar la computadora con el técnico, pues anda fallando. Este mes que viene, ya verás. 

”Chale, escucha nomás con lo que sales. A veces me orillas a pensar que tú y yo no podemos comunicarnos de ninguna manera. Ya te lo he dicho, tienes que ampliar tus horizontes, no puedes vivir encerrada en este departamento, confinada a tus reducidas variables, sin conocer a otras gatas y gatos. Yo, en cambio, cuando escribo me dejo llevar por el azar y la serendipia. Como en una lectura de tarot, acepté la carta náutica que el Capitán Antelmo Ahab de Dios me ofreció. Ahora me dispongo a leerla. Si te interesa mi debraye, quédate, si no, eres libre de ir a dormir a la cama, como acostumbras. 

”Está bien, pero promete no interrumpir.  

”Mira, concéntrate aquí. Este es el paralelo 25. Un paralelo, como todos, lleno de historias. Una de ellas la escribió Ramón Rubín en su novela El seno de la esperanza, que he estado leyendo en mis visitas a la biblioteca municipal. A partir del capítulo V, las cosas comienzan a suceder a lo largo de este paralelo que cruza el llamado Mar de Cortés entre las islas Altamura, Sinaloa, y San José, Baja California. Una historia de humanos y no humanos. Hay muchos pájaros (alcatraces, gaviotas, pelícanos), tortugas (golfina y cahuama), camarones, calamares, chihuiles, cangrejos, medusas, corvinas, quemadores, papas, lopones. Hay barcos, motores diésel, aparejos, changas, tangones, chinchorros. Hay meteoros. Pero el punto de vista es humano, eso sí. 

”Imagínatelo. Apenas un punto móvil en el paralelo 25, el buque camaronero Santa Martha navega hacia el oeste, rumbo a la Isla San José, con la intención de refugiarse en sus bahías y salvarse de los efectos desastrosos de la tormenta que se anuncia en el sur. Abordo, la ensimismada tripulación traza con sus cuerpos un tenso polígono erótico a punto de estallar en esquirlas de violencia. Ahí van, mecidos por sus propios conflictos, arrullados por el ronroneo del motor y el oleaje, Zoila la tehuana que se embarcó huyendo del yaqui Bacacegua, Cleofas el patrón, Quirico que sueña con vacas, el pavo Andrés, el Trompo amable, el Nene, el feo Chinche y el Chihuile ´que en la cocina se ocupa de arrancar con la uña del pulgar la hueva que el camarón trae adherida entre sus patas, y luego la fríe en una sartén disponiéndose a preparar unas tortas que tienen en ansiosa espera a la tripulación, adicta al platillo´. 

”En el cielo, por el sur, aún lejos, pero cada vez más cerca, se divisa la tormenta anunciada por el Servicio Meteorológico, cuyas consecuencias para el Santa Martha pueden ser fatales debido a que ya casi no lleva combustible, pues en Guaymas se cayeron al agua los tibores de diésel. Todo esto sucede en un contexto —la novela, publicada en 1964, se ubica a finales de la década de 1950— de carestía en la pesca del camarón.  Un contexto de crisis ecológica>pesquera>económica>social>psicológica. ´ El desenfreno en los métodos de recolección, el continuo violar vedas, el destruir criaderos y el acosar indiscriminadamente al crustáceo, la empobrecieron´, escribió Rubín en El seno de la esperanza

”El otro día vi lo mismo en el Archivo Histórico de Mazatlán, hojeando el periódico El Demócrata Sinaloense de 1955. Sin buscarlas, leí varias notas al respecto. Escaneé algunas con mi celular. Mira. 21 de mayo: ´Estando por terminar la presente temporada de pesca, en que como es bien sabido fue muy escasa la producción de camarón, la mayor parte de los barcos que aún están realizando sus viajes con regularidad, esperan únicamente las próximas mareas de este mes para dar por terminadas esas labores, pues actualmente se nota que el crustáceo está ya en el periodo de reproducción, y es en este estado cuando más escasea, de tal suerte que en unos días más no podrán capturar ni las pequeñas cantidades que han estado trayendo hasta la fecha´. 18 de junio: ´La asamblea nacional de la Confederación de Cooperativas aprobó estas resoluciones, combatir a la piratería por todos los medios al alcance de los pescadores, desde las denuncias al Gobierno hasta la acción directa; pedir a Marina decrete vedas para el camarón blanco en alta mar, pues esta industria peligra seriamente. Hace años anualmente se capturaban 10,000 toneladas de ese crustáceo. Ahora, con grandes dificultades, apenas si se pescan 4,500. Es imprescindible —se dijo— que la veda se prolongue de abril a octubre´. 22 de junio: ´Puede llegar a extinguirse el camarón´.” 

—Hoy en día, en México se produce más camarón en granjas acuícolas que el que se pesca en altamar —comentó Jacinta.

—Ya lo sé. Lo vimos juntas en un documental del canal de Youtube de CONAPESCA. No te agüites, nomás que se te quite el miedo a salir a la calle, te llevo a las changueras por dos kilos de camarón y nos metemos a Mariscos Dunia para que nos los preparen, y pedimos pisto, y disfrutamos como crustáceos animados.

Reseña de Drenajes

Esta reseña de mi libro Drenajes se publicó en el número 47. Julio-Septiembre 2023 "Por una literatura inmoralista" de la  Revista Criticismo


 Drenajes


Diego Rodríguez Landeros, Drenajes, Almadía, Ciudad de México, 2021, 158 pp.


Diego Rodríguez Landeros se metió en un caño. En su libro le sigue la pista, como un detective vestido con botas brincacharcos e impermeable, al agua que recorre el Valle de México y la enorme mancha urbana que se extiende sobre él: la lluvia, los grandes proyectos de trasvase acuífero, los ríos apestosos y negros. Como se anuncia desde el título, lo que importa es contar lo que ocurre detrás de las paredes, bajo los cuerpos y los edificios, donde nada puede verse. También están ahí las historias de resistencia, los chinamperos, los defensores del territorio y sus batallas. Late, desde abajo, la posibilidad de un resurgir. De que el agua aparezca de nuevo, rompiendo las tuberías e inundándolo todo. Pero no hay catástrofe, sino una especie extraña de esperanza.

Rodríguez Landeros (Mazatlán, 1988) es un detective del desagüe. Así, Desagüe, se llama su primera obra, una novela en la que ya se dejan ver los temas que el autor ahora recorre desde la no ficción, como si su primer libro fuera una preparación para todo lo que explota o borbotea en estas nuevas páginas.

Así como en Desagüe se necesita de la ficción para entrar en el laberinto de tuberías, la estrategia en el libro que nos ocupa es más bien documental: encontrar quién ha escrito sobre el sistema de aguas de la Ciudad de México y usar su material para escribir. Landeros parece aquí –y él mismo lo dirá en su libro– el que lleva el micrófono en el sonidero y, mientras toca música, manda saludos a los que están bailando.

Pero este no es un libro de ensayos ni un libro de crónicas. No es una colección de relatos de aventuras o reportajes, un collage de citas o de fragmentos, ni una colección de chistes, pero algo tiene de cada uno de estos modos de escritura. No hay nada hecho y derecho en el estilo, más bien al contrario: se parece a un charco revuelto. El estilo, la forma del libro, es laberíntico como su objeto: una red de cañerías. Cada vez que uno cree entender, en la lectura, para dónde va el asunto, qué es, concretamente, lo que uno está leyendo, las aguas cambian, se ponen fangosas. Y es que el autor sabe que estos son tiempos revueltos, y escribe con eso en la cabeza siempre: este no podía ser un libro en donde se nos dicen las cosas bien clarito, y así está bien, qué bueno. La historia del agua en la Ciudad de México será enredada o no será, parece querer decirnos.

Drenajes me hace pensar en el inicio de Seguir con el problema –el libro de Donna Haraway que ya es un clásico de las humanidades medioambientales– precisamente porque nos mete en broncas. Es capaz de meternos hasta el cuello en todo lo que está revuelto debajo de nosotros. Hasta el cuello en nuestra propia suciedad. Seguir con el problema empieza así: “Trouble es una palabra interesante. Deriva de un verbo francés del siglo XIII que significa ‘suscitar’, ‘agitar’, ‘enturbiar’, ‘perturbar’. Vivimos en tiempos perturbadores, tiempos confusos,tiempos turbios y problemáticos”.

Puede ser que en este párrafo de Donna Haraway se oculte la premisa de Drenajes. Se trata de escribir para poder hacerse cargo de un enigma.  De entrar en el agua revuelta para intentar ver algo del problema. Para inventar algo. El detective con botas brincacharcos e impermeable le muestra al lector el laberinto del agua en la ciudad  para que pueda empezar a recorrerlo, o hasta empezar a vivirlo.   

La biblioteca de la UNAM, la matanza de Tlatelolco, Diego Rivera, un cineasta-servidor público, un dictador rumano, y dos de los presidentes más gachos que nos ha dado el PRI. La búsqueda del Plan Maestro del alcantarillado de la Ciudad de México. Una mamá muriendo de cáncer, la crónica de un día sembrando en la chinampa, una playa en Mazatlán que se llama El Cagadazo y la aparición de un pájaro que se creía extinto desde hace cuatrocientos años. Un montón de libros, un trabajo de lectura amplio y profundo.

Drenajes es una lista heteróclita de estrategias y temas, una lista loca, revuelta, como la que podrían conformar los objetos encontrados un día cualquiera si uno se pone a pescar en la orilla del río de los Remedios, que cruza Ecatepec, tóxico, podrido y negro.  Muchos de nosotros haríamos cara de asco nada más por pasar al lado de un basurero municipal con las ventanas del carro abajo. Se puede escribir poniendo esa cara. Landeros –y aquí está toda su ética de escritura– trabaja para poner el gesto opuesto: no el del santo redentor que va a limpiarlo todo, ni el de la Magdalena llorando, ni una cara de terror, y mucho menos una de impasibilidad zen, sino una cara sonriente, una cara a punto de soltar la carcajada. Ante la tragedia –que solo puede terminar en muerte, dolor y lágrimas para todos– la risa salvadora de la comedia. La risa que permite sobrevivir.

Todo buen libro tiene su doppelgänger, y el gemelo malvado de Drenajes se llama El Capitaloceno de Francisco Serratos (UNAM, 2018). Seguramente un libro útil —rastrea los orígenes de la crisis climática desde la expansión europea, de conquista y comercio, en el siglo XV, y se sigue derecho, repasando horror tras horror, crimen tras crimen de la humanidad blanca contra los otros habitantes del mundo, hasta nuestros días. Un libro útil, pero también horrible, quejumbroso, paralizante y depresivo en el peor de los sentidos. Justo el feeling opuesto a lo que necesitamos, que es movernos, destapar el caño de todo esto.

Mejor, la verdad, quedarse de este lado del espectro del discurso ecológico: el de la risa loca, un poquito cínica tal vez, pero esperanzadora. El otro, el tono trágico-catastrofista, aunque trae un mensaje que no podemos nada más deshechar (y que básicamente dice siempre, en varios registros: está cabrón wey, todo es horrible, ya valió, nacer fue un error) es un mensaje peligroso. Lleva a la culpa, a la inmovilidad, a la indolencia, a la desesperanza y a la muerte. A una muerte not with a bang but with a whimper, como dice T. S. Eliot en The Wasteland, que es sin duda uno de los abuelitos literarios de Diego Rodríguez Landeros. Mejor la risa loca-cínica-salvadora, ¿no?

Aunque este libro no plantea soluciones concretas –no hay receta fácil para limpiar este desastre– en esa risa hay mucho de agua limpia, mucho de ecológico, de posibilidades para un resurgir. Si hay una solución esta aparecerá en lo común, en la resistencia común, en el cuidado de todos para todos. Reirse solo es dificil aunque esté buena la broma. En realidad el chiste nunca se cuenta solo. Necesitamos de los otros.

Drenajes, al final, es un boleto extraño, escurridizo, sucio y apestoso, con rumbo a la esperanza. O con rumbo a algo parecido a la esperanza. Una esperanza que también es escurridiza y sucia, revuelta. Pero esperanza a fin de cuentas. El libro da permiso, nos recuerda que podemos vivir con todo esto, que podemos seguir con el problema y ver qué hacer con él, encontrar formas de destapar el caño entre todos.